La metaliteratura
(es decir, la utilización de la literatura para hablar de literatura) sólo se
antoja valiosa cuando concurren en ella dos circunstancias: que hayamos leído
previamente la obra sobre la que se diserta y que el autor de las páginas
despliegue una cierta brillantez estilística. Por esta razón indiscutible, el
95% de los títulos que expelen las prensas universitarias son maravillosa
materia prima para las chimeneas navideñas. Y por esta razón, también, Cita con los clásicos, del escritor norteamericano
Kenneth Rexroth (un tomo que traduce Federico Corriente para el sello Pepitas
de calabaza), es un texto admirable, que merece ser leído.
En sus páginas
nos explica que los libros clásicos son inmortales porque «fijan los arquetipos de la experiencia humana creando
personajes a la vez concretos y universales» y que los más representativos «son tragedias,
porque la vida es trágica». A veces, nos
dirá, la causa de esa consagración canónica literaria es noble y decantada; en
otras, atrabiliaria («El tamiz de la
historia, igual que el gusto de políticos, clérigos y rectores de universidad,
ha sido programático», p.53). A partir de ese punto, Rexroth elaborará sesenta discursos
de gran penetración intelectual y filosófica, donde la atención al argumento de
las obras es siempre residual, en beneficio de una exégesis culta y sus
conexiones multiculturales.
A veces,
construirá elogios hiperbólicos sobre obras antiguas (nos dice que Edipo rey «quizá sea la obra teatral más perfecta jamás escrita», p.67); formulará juicios polémicos, susceptibles de
levantar no pocas ampollas entre ciertos lectores de este volumen (afirma que
los filósofos «son una secta
cuya influencia es proporcional a su impotencia», p.92); denigrará a personajes de gran alcurnia, a quienes
normalmente se les considera adornados con todo tipo de virtudes elogiables
(Séneca se le antoja «uno de los
mayores hipócritas de la historia», p.117);
dibujará frases de enjundiosa profundidad, que sorprenden por su penetración (por
ejemplo, cuando nos explica que, a su juicio, Baudelaire «vivió en una crisis permanente del sistema nervioso
moral», p.270); derribará mitos
políticos que para muchas personas continúan aureolados por la luz de la
santidad laica («Se ha comparado a
Marx con los profetas hebreos, pero se parece mucho más a los autores del
Apocalipsis», p.277); o, en
fin, se atreverá a darnos recetas graciosas e irregulares sobre la forma en que
debemos leer una obra clásica («La guerra de las Galias se puede
terminar en dos veladas tranquilas acompañadas con oporto, galletas saladas y
una gruesa rebanada de queso Caerphily, y es así como debe hacerse», p.114).
Cita con los clásicos es un volumen
erudito, en el que se tienden lazos entre siglos y géneros, se ausculta el corazón
de las obras analizadas y se edifican teorías explicativas sobre sus mil
matices y ramificaciones. Absténganse por tanto de acercarse a ella los
curiosos sin preparación. Rexroth no escribe para lectores iniciales, que
pretendan obtener de sus líneas un resumen de la obra o una enumeración de sus
características superficiales, con vistas a elaborar un trabajo sobre las
mismas o a adquirir un rápido barniz cultural,
sino que lo hace para iniciados que quieran dar otra vuelta de tuerca al
monto de sus lecturas, ya efectuadas y reposadas. Nunca fue tan verdad aquel
rótulo que recordaba Julián Marías en uno de sus ensayos: «Nur für Leser». Sólo para
lectores.
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