domingo, 23 de noviembre de 2014

Cita con los clásicos



La metaliteratura (es decir, la utilización de la literatura para hablar de literatura) sólo se antoja valiosa cuando concurren en ella dos circunstancias: que hayamos leído previamente la obra sobre la que se diserta y que el autor de las páginas despliegue una cierta brillantez estilística. Por esta razón indiscutible, el 95% de los títulos que expelen las prensas universitarias son maravillosa materia prima para las chimeneas navideñas. Y por esta razón, también, Cita con los clásicos, del escritor norteamericano Kenneth Rexroth (un tomo que traduce Federico Corriente para el sello Pepitas de calabaza), es un texto admirable, que merece ser leído.
En sus páginas nos explica que los libros clásicos son inmortales porque «fijan los arquetipos de la experiencia humana creando personajes a la vez concretos y universales» y que los más representativos «son tragedias, porque la vida es trágica». A veces, nos dirá, la causa de esa consagración canónica literaria es noble y decantada; en otras, atrabiliaria («El tamiz de la historia, igual que el gusto de políticos, clérigos y rectores de universidad, ha sido programático», p.53). A partir de ese punto, Rexroth elaborará sesenta discursos de gran penetración intelectual y filosófica, donde la atención al argumento de las obras es siempre residual, en beneficio de una exégesis culta y sus conexiones multiculturales.
A veces, construirá elogios hiperbólicos sobre obras antiguas (nos dice que Edipo rey «quizá sea la obra teatral más perfecta jamás escrita», p.67); formulará juicios polémicos, susceptibles de levantar no pocas ampollas entre ciertos lectores de este volumen (afirma que los filósofos «son una secta cuya influencia es proporcional a su impotencia», p.92); denigrará a personajes de gran alcurnia, a quienes normalmente se les considera adornados con todo tipo de virtudes elogiables (Séneca se le antoja «uno de los mayores hipócritas de la historia», p.117); dibujará frases de enjundiosa profundidad, que sorprenden por su penetración (por ejemplo, cuando nos explica que, a su juicio, Baudelaire «vivió en una crisis permanente del sistema nervioso moral», p.270); derribará mitos políticos que para muchas personas continúan aureolados por la luz de la santidad laica («Se ha comparado a Marx con los profetas hebreos, pero se parece mucho más a los autores del Apocalipsis», p.277); o, en fin, se atreverá a darnos recetas graciosas e irregulares sobre la forma en que debemos leer una obra clásica («La guerra de las Galias se puede terminar en dos veladas tranquilas acompañadas con oporto, galletas saladas y una gruesa rebanada de queso Caerphily, y es así como debe hacerse», p.114).

Cita con los clásicos es un volumen erudito, en el que se tienden lazos entre siglos y géneros, se ausculta el corazón de las obras analizadas y se edifican teorías explicativas sobre sus mil matices y ramificaciones. Absténganse por tanto de acercarse a ella los curiosos sin preparación. Rexroth no escribe para lectores iniciales, que pretendan obtener de sus líneas un resumen de la obra o una enumeración de sus características superficiales, con vistas a elaborar un trabajo sobre las mismas o a adquirir un rápido barniz cultural,  sino que lo hace para iniciados que quieran dar otra vuelta de tuerca al monto de sus lecturas, ya efectuadas y reposadas. Nunca fue tan verdad aquel rótulo que recordaba Julián Marías en uno de sus ensayos: «Nur für Leser». Sólo para lectores.

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