Y de repente, a los 48 años, me digo que quiero
volver a Ángel González. Sin más razón que el puro gusto. Porque quero e dame a
gaña, como escribió Celso Emilio Ferreiro. Porque tras muchos poemas suyos leídos,
releídos, recitados en clase o susurrados en soledad en mi despacho, de
madrugada, quizá sea tiempo de bañarme de nuevo en sus aguas llenas de
hermosura, de sencillez, de brillos inusitados, de grandeza, de juegos
verbales, de Poesía. Porque el ovetense Ángel González me ha dicho en muchas
ocasiones (como Neruda, Benedetti o Celaya) su verdad en verso. Y le debo la
vida. Como se la debo a todos los escritores que han sabido emocionarme y me
han puesto la piel de gallina, el corazón del revés, el cerebro a punto de
ebullición, los ojos acosados por el temblor, la garganta llorosa. Porque vivir
sin poesía, sin literatura, sin libros, no hubiera sido vivir. Y eso me lo
explicaron y me lo demostraron gentes como Ángel González. Y les debo la vida.
Ahora, en sus palabras viejas y nuevas, me recuerda
que para que él se llame Ángel González han tenido que aliarse espacios, gentes
y tiempos desde épocas remotas; y que “para vivir un año es necesario / morirse
muchas veces mucho” (Cumpleaños); y
que pueden escribirse para la eternidad poemas tan hermosos como Muerte en el olvido, Mientras tú existas, Cumpleaños de amo o Me basta así; y que un poeta puede darnos sentencias memorables, como
que “mañana es un mar hondo que hay que cruzar a nado” o que “somos
invulnerables de tanto vulnerados”; y nos pregonará que en ocasiones nos
encontramos en la vida “cerrada la esperanza, el miedo abierto”; y que “los
problemas son prolíficos como ratas”; o nos dibujará su pensamiento religioso
de una forma nítida (“Buda, Yahvé, Mahoma –vaya trío–, / todo lo que en la
sombra manipula, / compromete, corrompe, traza, borra / el devenir de la
existencia humana”); o nos dejará docenas de juegos de palabras, como cuando
nos habla de unos nudistas que pasean por la playa, a los que define como
“almas en pene”...
Y de pronto caer en la cuenta de que es imposible
condensar todo eso en una treintena de líneas, ni siquiera en un centenar, y
que en realidad tampoco quiero hacerlo, porque me gusta que los versos y las
imágenes de Ángel González sean expansivos, se dilaten, se iluminen, tracen dibujos
en mi memoria, instalen mojones en mi corazón. Y que si lo dejo todo así,
envuelto en niebla y en amor de lector agradecido, lo mismo dentro de veinte
años vuelvo otra vez y me baño en su río de adjetivos dulces y de sustantivos
vigorosos como quien descubre América o el Mediterráneo.
Quedo emplazado, pues. Y que continúe la Poesía.
1 comentario:
De lo mejor.Sin esperanza, con convencimiento.
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