viernes, 11 de julio de 2014

Inquietud



Cuando están heridas, cuando se ven incapaces de soportar por más tiempo el dolor que transportan en el alma, muchas personas entienden que la familia se puede convertir en un mecanismo de curación. O, al menos, en un refugio en el que recuperar fuerzas. Un pequeño palacete en la campiña francesa, donde vive su anciana madre, es el hogar al que vuelven los dos hijos de la propietaria, que han sufrido angustias indecibles en los últimos tiempos. Olivia se presenta con un brazo escayolado y sus dos hijos, un niño y una niña. Tiene, después de haber convivido durante años con su marido, “la blanca planicie de su espalda cubierta de viejas contusiones ya amarillentas” (p.16). Su madre siempre sospechó que aquel hombre no le convenía, pero ella no escuchó sus recomendaciones. Ahora lo reconoce: “Me he casado con un animal” (p.22). Por el otro lado tenemos a su hermano Marcus, casado con Sophie y que, después de muchos intentos para tener descendencia, han conseguido que les nazca una niña, Alice. Pero ha nacido muerta y ambos están destrozados. Sobre todo la madre, que parece haber enloquecido y no quiere que entierren el cuerpo de su pequeña (lo lleva encima todo el día y lo guarda por las noches en el congelador).
Durante unas jornadas, todos convivirán en el palacete en medio de miradas de extrañamiento, viejos rencores nunca oxidados, habitaciones antiguas y algunas palabras que se callan pero suenan en las cabezas. También aflorarán no pocos secretos (la preocupación que tiene Olivia de que su madre no desherede a sus hijos, aunque a ella la odie; la existencia de una amante de Marcus, con la que se comunica por teléfono; etc), que irán matizando y complicando las horas de la convivencia... Por fin, cuando los hijos de Olivia se suban en un bote y, en medio del lago, descubran que éste hace aguas y comienza a hundirse, todo cobrará un sentido nuevo.

Con menos de un centenar de páginas, esta novela de la joven australiana Julia Leigh (que traduce Cruz Rodríguez Juiz para el sello Mondadori) ejerce sobre el lector un hechizo casi magnético, que la vuelve inolvidable.

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