Marguerite Yourcenar. No es necesario añadir más
sustantivos ni más adjetivos. Una gran dama de la literatura francesa. Una
portentosa narradora. Me leo hoy de ella (traducidos por Emma Calatayud) sus Cuentos orientales, un volumen que se
inicia con la historia del viejo pintor Wang Fô (a quien el emperador se ha
empeñado en cegar y cortar las manos) y que se cierra con la historia de otro
pintor, el melancólico y triste Cornelius Berg (que se encuentra decepcionado
con la vida y los seres humanos, y se ha entregado a la molicie y el alcohol).
En medio, hay una colección de relatos realmente
buenos, de los que cuatro me han impresionado de una forma especial: “La leche
de la muerte” (una mujer que es emparedada y solicita que sus pechos queden sin
tapar por los ladrillos, para seguir amamantando durante unos días a su bebé,
generándose un milagro de incalculable belleza), “El último amor del príncipe
Genghi” (un seductor otoñal que, acercándose a los inevitables días de la
vejez, se retira a vivir como un anacoreta, mientras es atendido solícitamente por
una mujer que lo amó sin esperanza durante sus años más desdeñosos), “Nuestra
Señora de las Golondrinas” (de cómo un monje intransigente y circunspecto, que
se llama Therapion, en su celo por destruir a las impías Ninfas, tapia su gruta
construyendo delante una iglesia. Pero no cuenta con la Virgen María , quien, movida por
la compasión, las convierte en golondrinas y deja que la iglesia se llene con
sus nidos) y “La viuda Afrodisia” (mujer de un pope que fue asesinado por el
proscrito Kostis, al final terminamos descubriendo que ella era en realidad la
amante del bandolero, cuya cabeza no duda en robar cuando lo apresan y
decapitan).
Para quienes ya conozcan las obras “mayores” de
Marguerite Yourcenar (las Memorias de
Adriano, Opus Nigrum, etc), aquí
se presenta una excelente ocasión de conocer algunas páginas menos populares
suyas, aunque no menos brillantes y exquisitas. Realmente hermoso.
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