Comenté
hace bien pocas fechas, en esta misma página, aquella deliciosa pieza de
Molière que se llama La escuela de los
maridos; y hoy, como contrapunto, le uno hoy La escuela de las mujeres, una pieza que se llevó a los escenarios
en los últimos días de 1662, en la que Molière nos muestra una historia de
similar textura, aunque con un final menos logrado. En ella conoceremos a
Arnulfo, que es un experto en burlarse de los maridos cornudos y que tiene a
gala ser capaz de proteger su frente de los adornos innobles. Tan jactancioso
personaje (nadie está libre de sufrir afrentas que no espera o no merece) se
verá inmerso en unos incidentes que pronto lo sobrepasarán y que lo pondrán en
aprietos: el joven y atractivo Horacio ha decidido poner cerco a la bella Inés,
a quien Arnulfo cobija en su casa como quien custodia una joya de enorme valor.
La muchacha, lela y hacendosa, irá avispándose de una forma espectacular gracias
al amor, maestro insuperable de comportamientos, como bien nos explicara el
Fénix de los Ingenios en varias de sus comedias.
Esta pieza
presenta a unos personajes quizá más elaborados y firmes que la primera, de eso
no me cabe la menor duda, pero estimo que está resuelta con más brusquedad y de
un modo notoriamente más artificial, en una escena IX del acto V (con esos
parlamentos entrecortados y más bien artificiosos entre Oronte y Crisaldo) que
sorprende por su condición abrupta y casi arbitraria: Molière despacha el
asunto como quien remienda una toga de seda con una aguja de coser esparto.
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