Raquel Lanseros sabe muy bien lo que se hace. Y lo
demuestra de la mejor manera posible: escribiendo libros sabios y llenos de
belleza, donde asistimos al despliegue de una visión lírica espectacular y de
unos modos literarios que anonadan por su hermosura y perfección. Si su Diario de un destello obtuvo el accésit
del premio Adonais, con Los ojos de la
niebla recibió el XXII premio Unicaja de poesía, que publicó Visor con su
habitual elegancia. Y es una felicidad decir que las páginas de este volumen
son tan brillantes como todas las publicadas por su autora, que constantemente
se aquilata y acendra.
Raquel Lanseros, dueña de un espacio verbal y
sentimental de gran vigor, se aproxima con infinito mimo a una serie de
personajes erosionados por su circunstancia: el desengaño amoroso de una joven
que, sin desearlo, descubre con languidez “cómo el alma dibuja / serenas
cicatrices sobre viejas heridas”; el fervor mudo con el que una anciana arregla
los aledaños de una sepultura; el llanto milenario de una mujer cuando ve
marcharse los trenes, los infinitos trenes (el amor, la vida); la sonrisa de
una antigua lectora de Kundera, que jamás pudo imitar a su personaje Sabina
porque “nunca ha conseguido enfriar su corazón”; ese hombre que pasea su
anonimato por Manhattan; la historia de esa mujer que, a una hora destemplada,
acude a la oficina con pasos grises sobre el asfalto gris, mientras recuerda a
los hombres que han hollado o acariciado su vida (“Ella quiso a uno de ellos
más que a sus propias manos. / Pero ya no lo ama”); o el impresionante poema
con el que se cierra el libro: un texto sensible, conmovedor y emocionado que
tiene como protagonista a Beatriz Orieta, una maestra nacional muerta a los 26
años en una época difícil (1919-1945), y que ahora yace enterrada junto al
hombre que la amó.
En este vademécum de erosiones, en este catálogo de
existencias golpeadas y dolientes, descubrimos la otra gran virtud de Raquel
Lanseros: su honda humanidad, la cercanía celayiana de quien siente cerca de sí
a los que sufren y la inmediatez nerudiana con la que los envuelve con su
mirada compasiva y poética. Ella, como todos los creadores auténticos, posee el
don de la palabra, pero sobre todo el don de la mirada. Sabe ver a su alrededor
y sabe ver en sus interiores. De ahí que los demás se le conviertan en espejos,
lágrimas, futuros y metáforas. Es decir, materiales emocionales con los que
sustentar el edificio de sus versos.
Todos los idiomas de la poesía y todos los
dialectos del alma humana caben en los libros de Raquel Lanseros. No dejen que
el fulgor de la belleza pase inútilmente ante ustedes.
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