martes, 2 de diciembre de 2014

La pistola de Hilarito



Recuerdo que mi abuela Esperanza, ya nonagenaria, solía contarme historias cuando yo era niño. Se instalaba en su mecedora, yo me sentaba a sus pies... y daba comienzo el relato del día. Por desgracia, nunca tuve ni la memoria ni la precaución de ir grabando en mi mente aquellas aventuras singulares, aquellos hechos inauditos, aquel tropel de personajes rocambolescos o magnéticos que me mantenían embobado y que ahora se ha tragado inevitablemente el olvido. Luego, de mayor, he seguido conociendo a otras personas que relatan de forma oral con maestría insuperable (me viene a la memoria mi amigo Paco Ros, de Mula); pero tampoco, ay, he tomado nunca notas de sus narraciones.
Por suerte para los lectores y curiosos, Paco López Mengual ha tenido la enorme generosidad de reunir en un delicioso volumen catorce historias que escuchó o vivió durante los años de su infancia, en un libro que ha titulado La pistola de Hilarito (y otras historias que me narraron). Aquí nos topamos con ladrones temerarios y bravucones, que protagonizaron anécdotas sonadas antes de morir a traición (Hilarito); judíos que intentaron defraudar al Erario Público y que pagaron muy caro el intento (Sión); pueblerinos que se obstinaron durante toda su vida en encontrar tesoros legendarios de los moros, excavando sin cesar larguísimas galerías subterráneas (el tío Pilín); muchachas que vinieron hasta Molina para trabajar como telefonistas y que encontraron la muerte de la forma más misteriosa (Lolita Cuenca); atractivos seductores que fueron apuñalados en madrugadas de aguacero y que dejaron una misteriosa herencia de burbujas rojas cada vez que vuelve a llover en la misma zona (El Querido); pequeñas vasijas encontradas en un pósito y que contienen, mezclado con la tierra, un buen caudal de oro que la hace brillar en la noche; un sacerdote ultraortodoxo que consigue arruinar con sus malas artes un baile de máscaras que se celebró en el casino de Molina en 1948; la asistencia de medio millar de molineros a la última ejecución pública que tuvo lugar en España, el 23 de octubre de 1896; el caso documentado de un habitante de la región de Murcia que, allá por los finales del siglo XVIII, fue operado por el doctor Correa, en Madrid, de unos llamativos cuernos que le salieron en la frente y que le tuvieron que ser cortados; la historia de Antonio el de la Torrealta, un muchacho bobo, pobre y aquejado de gigantismo, que terminó muriendo en circunstancias bien tristes; o los macabros acontecimientos que tuvieron lugar en el callejón de las calaveras, con alguna muerte enigmática incluida.

Personalmente, reconozco que he sentido debilidad por la hermosa historia de los amantes de Molina, que entiendo que el autor podría exprimir en forma de novela, porque los resultados serían maravillosos. Lanzado queda el guante, que espero que Paco López Mengual recoja. 

No hay comentarios: