Recuerdo que mi abuela
Esperanza, ya nonagenaria, solía contarme historias cuando yo era niño. Se
instalaba en su mecedora, yo me sentaba a sus pies... y daba comienzo el relato
del día. Por desgracia, nunca tuve ni la memoria ni la precaución de ir grabando
en mi mente aquellas aventuras singulares, aquellos hechos inauditos, aquel
tropel de personajes rocambolescos o magnéticos que me mantenían embobado y que
ahora se ha tragado inevitablemente el olvido. Luego, de mayor, he seguido
conociendo a otras personas que relatan de forma oral con maestría insuperable
(me viene a la memoria mi amigo Paco Ros, de Mula); pero tampoco, ay, he tomado
nunca notas de sus narraciones.
Por suerte para los
lectores y curiosos, Paco López Mengual ha tenido la enorme generosidad de
reunir en un delicioso volumen catorce historias que escuchó o vivió durante
los años de su infancia, en un libro que ha titulado La pistola de Hilarito (y otras historias que me narraron). Aquí
nos topamos con ladrones temerarios y bravucones, que protagonizaron anécdotas
sonadas antes de morir a traición (Hilarito); judíos que intentaron defraudar
al Erario Público y que pagaron muy caro el intento (Sión); pueblerinos que se
obstinaron durante toda su vida en encontrar tesoros legendarios de los moros,
excavando sin cesar larguísimas galerías subterráneas (el tío Pilín); muchachas
que vinieron hasta Molina para trabajar como telefonistas y que encontraron la
muerte de la forma más misteriosa (Lolita Cuenca); atractivos seductores que
fueron apuñalados en madrugadas de aguacero y que dejaron una misteriosa
herencia de burbujas rojas cada vez que vuelve a llover en la misma zona (El
Querido); pequeñas vasijas encontradas en un pósito y que contienen, mezclado
con la tierra, un buen caudal de oro que la hace brillar en la noche; un
sacerdote ultraortodoxo que consigue arruinar con sus malas artes un baile de máscaras
que se celebró en el casino de Molina en 1948; la asistencia de medio millar de
molineros a la última ejecución pública que tuvo lugar en España, el 23 de
octubre de 1896; el caso documentado de un habitante de la región de Murcia
que, allá por los finales del siglo XVIII, fue operado por el doctor Correa, en
Madrid, de unos llamativos cuernos que le salieron en la frente y que le
tuvieron que ser cortados; la historia de Antonio el de la Torrealta , un muchacho
bobo, pobre y aquejado de gigantismo, que terminó muriendo en circunstancias
bien tristes; o los macabros acontecimientos que tuvieron lugar en el callejón
de las calaveras, con alguna muerte enigmática incluida.
Personalmente, reconozco
que he sentido debilidad por la hermosa historia de los amantes de Molina, que
entiendo que el autor podría exprimir en forma de novela, porque los resultados
serían maravillosos. Lanzado queda el guante, que espero que Paco López Mengual
recoja.
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