Saber quiénes somos es un ejercicio de aprendizaje más
complicado de lo que parece. ¿Somos quienes nos dictan que somos? ¿Somos
aquellos que fuimos al nacer? ¿Nos sentimos confortables en la religión, la
lengua, la nacionalidad o la familia que el azar nos impuso desde el momento en
que vinimos al mundo? ¿O quizá nos sentiríamos mejor (y en qué medida)
liberándonos de esos corsés? ¿Hacia qué espacios nos conduciría la nueva luz?
El escritor guatemalteco Eduardo Halfon (1971)
acaba de publicar en Libros del Asteroide su obra Monasterio, donde los elementos autobiográficos y narrativos se
mezclan en una fértil combinación literaria que sobrecoge a los lectores. Nos
habla de dos hermanos que acuden a Israel para asistir a la boda de su hermana,
que se ha convertido en una judía recta y ultraortodoxa; y uno de ellos,
llamado Eduardo (aunque su nombre judío es Nissim), vive en la constante duda
de su propia identidad religiosa. ¿Se siente judío o dejó de experimentar esa
pulsión hace ya años? ¿Salir de esa etiqueta es una traición o un modo de
liberarse? El choque con el ambiente que ve en Israel (con su hermana y su
futuro cuñado absortos en un mundo de ritos mecánicos y absorbentes; con el
ambiente duro y amurallado de la ciudad; con su tensión armada; con sus inquinas
difícilmente disimulables) sólo se verá atemperado por el reencuentro con
Tamara, una chica hippie a la que conoció en Guatemala en un bar escocés y que
ahora trabaja como azafata en Lufthansa. Ante ella tendrá también que
reflexionar sobre su pensamiento religioso y sobre su esencia misma. Toda la
tristeza del desarraigo, del disimulo, de la incomodidad y el fingimiento,
flotan en las historias que van apareciendo por estas páginas, sobre todo en la
zona final del libro, donde se nos desgranan las existencias malbaratadas de
unos seres que tuvieron que mentir o camuflarse para salvar sus vidas: el
hombre que suplantó una identidad que no era la suya para escapar del horror de
un campo de concentración; el niño que fue disfrazado de niña por sus padres y
recluido en un monasterio católico, con su nombre auténtico escrito en la palma
de la mano (nombre que se borró tras muchos días de mantener la mano cerrada y
apretada)... Tantas lágrimas. Tanta valentía forzosa. Tanta melancolía.
Monasterio es, en mi opinión, uno de los libros más líricos, emocionantes
y cuajados de 2014.
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