domingo, 22 de septiembre de 2013

Mi papá me mima



Tener un hijo es, quién lo duda, una de las experiencias más hermosas, pero también más desasosegantes, que pueda vivirse. Madrugadas de sueño guadiánico, cambios de pañales en los momentos y lugares más inoportunos, llantos sin explicación, erupciones cutáneas, percentiles, intolerancias, fiebres altísimas en un día en el que no puedes faltar al trabajo de ninguna manera... Y para nada de todo esto disponemos de un manual adecuado de instrucciones, de un plano que nos oriente, de un bálsamo que nos reconforte.
Patxi Irurzun, padre doble que visitó esta página hace bien poco con su libro de relatos La tristeza de las tiendas de pelucas, vuelve ahora con este tomo de artículos que iban siendo publicados mensualmente en la revista Guía del niño y que ahora tenemos reunidos gracias a Ediciones B. Después de definirse con varias fórmulas simpáticas (padre becario, padre con la letra L) y de admitir que lo más importante de este estado es la disposición constante a aprender y a rectificar, el autor nos va comunicando todo tipo de experiencias con sus hijos, que a muchos otros padres les resultarán conocidas: ese niño estreñido que, en la mismísima la consulta del pediatra (a donde se le ha llevado en el límite de la preocupación), decide poner fin a su retención intestinal de forma oceánica y estruendosa; la curiosa afición cromática de H, el hijo de Patxi Irurzun, que es capaz de otorgar colores distintos a sus ventosidades («Uno peo verde, uno peo azul»); los singulares apuros que pasa un padre cuando no tiene a mano, en el más casto de los sentidos, la teta de su esposa, mientras el hijo la pide en medio de una rabieta descomunal, porque necesita suministro lácteo; la crónica de un viaje familiar a Port Aventura, con su recuento de incidencias: «H ha pedido agua en diez ocasiones, hemos parado a hacer pis cuatro y otra para cambiarle de ropa porque finalmente ha preferido mearse encima, todo ello sin contar que además ha jugado tres veces al Gran Houdini, dos a Full Monty, y otra a convertir en confeti un mapa de carreteras» (p.35); o ese desafortunado golpe en los testículos del autor, que  lo convirtió, mientras estaba guardando cola junto a una barandilla en Eurodisney, en un padre volador durante cuatro metros, con el resultado de varias contusiones y una costilla astillada.

Los dos grandes protagonistas de esta obra son, sin dudarlo, el humor y la ternura. Porque al final, después de enfermedades, agobios, traspiés, apuros en la cartera, alteraciones de horario y sueño omnipresente, lo que queda es hermoso e impagable. Queda la sensación de haber erigido una vida (en este caso, dos), de haber estado ahí para alimentar, limpiar, vestir, proteger, alegrar y educar a unos locos bajitos (como decía Joan Manuel Serrat) que tarde o temprano emprenderán su propio camino sin nosotros. De ahí que Mi papá me mima se convierta en un hermoso tarro de formol hecho con tinta, donde las palabras retienen la magia y la dulzura de anécdotas, risas, chichones, bochornos, abrazos, aprendizajes y besos. Tanto para las criaturas como para los padres. «Me pregunto qué recordará H de mí, cuando sea mayor», escribe Patxi Irurzun en la página 135. La respuesta es sencilla: recordará el amor. Y este libro rebosa de él.

1 comentario:

Ana Blasfuemia dijo...

Humor y ternura parecen dos argumentos más que suficientes como para considerar la lectura de este libro. Y más aún si le añadimos amor.

Gracias y un saludo!