En el mundo de la literatura soy francamente
exigente. Siempre lo he sido. No porque me guste afiliarme a la aspereza, me
llame la atención ejercer la crueldad del dictamen o me tiente el sarcasmo,
sino porque entiendo que en medio de tantos millones de libros como hay en el
mundo sólo me será dado leer unos pocos miles (en el mejor de los casos), y que
eso me obliga a ser selectivo. De ahí que únicamente me gusten un tipo de
libros: los buenos. A partir de ahí, me importa más bien poco que sean líricos,
realistas, intelectuales, esotéricos o de ciencia-ficción. O, como en este
caso, de terror.
Yo no conocía a Javier Quevedo Puchal hasta hace
unas semanas, pero una feliz coincidencia internética (Facebook) me lo acercó.
Y el título de su última novela (Lo que
sueñan los insectos, editado por el sello Punto en Boca) me pareció tan
llamativo que me dije que tenía que hacer el intento de leerlo. Así ha sido. Y
el resultado es de nota.
Déjenme que les ponga un poco en situación... Milena
es una chica muy especial, que procede de una familia resquebrajada y que se
dedica a una labor más que chocante: identifica, neutraliza y ahuyenta a los
demonios que acechan a otras personas. No es una psíquica, ni tampoco una
exorcista, pero sin duda participa de ambas habilidades. Está casada con Diego,
un antiguo celador que cuidaba de la madre de Milena en el centro psiquiátrico
donde está alojada. Es, también, una persona famosa en el mundo de la imagen
(tiene un programa de televisión) y de la literatura (sus libros son conocidos
por el público). Pero es esencialmente una muchacha insegura, con lagunas
interiores y anteriores, que le impiden ser feliz del todo, como quisiera.
De otro lado tenemos al catalán Didac Sardà, un
antiguo productor cinematográfico cuya hija Isabel (quizá la mejor amiga que
Milena haya tenido nunca) desapareció hace años, sin que haya vuelto a saberse
nada de ella. Todo el mundo, desde la familia hasta la policía, ha desistido de
encontrarla. Pero el señor Sardà ha recibido una visita muy especial, que le
hace sospechar que su hija pudiera estar viva o al menos necesitando ayuda
urgente. Y sólo se le ocurre una persona que le pueda echar una mano en ese
asunto: Milena.
Con ese arranque narrativo tan sugerente (que
pronto se poblará de personajes estrafalarios, secretarios melosos, grupos
satánicos dominados por el fanatismo, dragqueens, detectives ineficaces y
ginecólogos con problemas de conciencia), Javier Quevedo Puchal construye una
novela muy bien escrita, muy creíble (aunque trate de demonios, visiones
infernales y crímenes rituales de lo más aterrador) y donde se realiza una
aproximación muy inteligente hasta los miedos, las orfandades, las esperanzas,
las ambiciones y las cautelas del ser humano.
Que nadie espere (aunque de todo eso hay en la
obra, como es lógico) borbotones de sangre, víctimas con el cuello quebrado o
ensartadas con cuchillos, grabaciones magnetofónicas inquietantes o macabras y
demonios que mastican repugnantemente brazos y piernas de bebés, mientras
permanecen sentados sobre un montículo de cadáveres. En Lo que sueñan los insectos hay mucho más. Sin duda mucho más que
eso. Les puedo asegurar que no estamos ante un buen novelista de terror, sino
ante un buen novelista. Y punto.
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