Sobre los albores del mundo del cine se
han elaborado películas más que admirables (tanto modernas como antiguas), pero
quizá no tantas producciones literarias que merezcan la pena y que sean capaces
de instalar a los lectores en ese territorio mágico de los inicios del
celuloide. Mas he aquí que el joven escritor Juan Vico acaba de entregarnos una
de ellas, que recibió el premio MonteLeón de novela corta y que ahora publica
con elegancia incuestionable el sello Gadir.
Dice el protagonista de la misma que su
mayor deseo, su mayor ambición, sería «poder captar la realidad como lo hace
una cámara de cine» (pp.42-43); y lo cierto es que ese anhelo parece resultar
determinante para adoptar el estilo que el novelista utiliza a la hora de configurar
sus páginas, puesto que las redacta con frases cortas, casi telegramáticas, rápidas,
líricas, llenas de misterio y elipsis. Como si fueran (lo ha declarado su
personaje) fotogramas de una película que hemos de visionar.
Era todavía muy pequeño cuando Mauricio
fue llevado al cine por sus padres. Y aunque para ellos la experiencia no
resultó todo lo grata que esperaban (el padre, especialmente, considera que el
auténtico arte está en el teatro, y no en ese mundo moderno de imágenes que se
mueven), el niño sí quedó atrapado por la magia de los Lumière. Y siguió
estándolo en su adolescencia, cuando algunas proyecciones en blanco y negro
nutrieron sus fantasías eróticas iniciales. Por fin, la aparición en Barcelona
de Emilio Ciret (un chico que ha estado trabajando en el mundo del cine, en
Francia) supone un auténtico punto de inflexión en su vida. A su lado comenzará
a perfilar la idea de llevar a la pantalla las aventuras de Puñal de Plata, una
especie de Fantômas a la española. Ciret quiere que Mauricio sea quien elabore
los guiones, tarea que él aceptará entusiasmado.
Pero lo que parecía un asunto fácil se
complicará casi desde el principio: Emilio Ciret quiere impregnar sus proyectos
cinematográficos de autenticidad, y para eso busca entre el lumpen barcelonés a
una serie de personas que lo ayuden. No pretende filmar historias inventadas,
sino casos auténticos llenos de truculencia y de mugre. Y entre sus asesores
recabará la colaboración de Malarrasa, un tipo patibulario y agresivo al que
prometen un buen papel en la película pero que no dará más que problemas.
Margot, una prostituta sordomuda, será otro de los seres de ese submundo
catalán que tendrán una importancia decisiva en los sucesos que aquí se narran.
Si es verdad que todo creador necesita
encontrar su propia herramienta de
lenguaje (digámoslo así), está claro que cada uno buscará la suya de una
forma personalizada, tenaz y firme: Miguel Ángel Buonarrotti se peleará a
martillazos con sus bloques de mármol, para exonerar de ellos sus figuras legendarias;
Vincent Van Gogh se torturará indagando en su universo de colores, para
convertir su alma en líneas curvas polícromas; el irlandés James Joyce
explorará sin fin en el orbe de las palabras y sus proteicas combinaciones...
Mauricio pretende encontrar la suya en el mundo de las imágenes cinematográficas
ya desde la juventud. Y también desde la juventud la busca el catalán Juan Vico
en el planeta de la literatura, en el que acaba de desembarcar con una
solvencia notable y muy prometedora.
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