Tener un hijo es, quién lo duda, una de las
experiencias más hermosas, pero también más desasosegantes, que pueda vivirse.
Madrugadas de sueño guadiánico, cambios de pañales en los momentos y lugares
más inoportunos, llantos sin explicación, erupciones cutáneas, percentiles,
intolerancias, fiebres altísimas en un día en el que no puedes faltar al
trabajo de ninguna manera... Y para nada de todo esto disponemos de un manual adecuado
de instrucciones, de un plano que nos oriente, de un bálsamo que nos
reconforte.
Patxi Irurzun, padre doble que visitó esta página
hace bien poco con su libro de relatos La
tristeza de las tiendas de pelucas, vuelve ahora con este tomo de artículos
que iban siendo publicados mensualmente en la revista Guía del niño y que ahora tenemos reunidos gracias a Ediciones B.
Después de definirse con varias fórmulas simpáticas (padre becario, padre con
la letra L) y de admitir que lo más importante de este estado es la disposición
constante a aprender y a rectificar, el autor nos va comunicando todo tipo de
experiencias con sus hijos, que a muchos otros padres les resultarán conocidas:
ese niño estreñido que, en la mismísima la consulta del pediatra (a donde se le
ha llevado en el límite de la preocupación), decide poner fin a su retención
intestinal de forma oceánica y estruendosa; la curiosa afición cromática de H,
el hijo de Patxi Irurzun, que es capaz de otorgar colores distintos a sus
ventosidades («Uno peo verde, uno peo azul»); los singulares apuros que pasa un
padre cuando no tiene a mano, en el más casto de los sentidos, la teta de su
esposa, mientras el hijo la pide en medio de una rabieta descomunal, porque
necesita suministro lácteo; la crónica de un viaje familiar a Port Aventura,
con su recuento de incidencias: «H ha pedido agua en diez ocasiones, hemos
parado a hacer pis cuatro y otra para cambiarle de ropa porque finalmente ha
preferido mearse encima, todo ello sin contar que además ha jugado tres veces
al Gran Houdini, dos a Full Monty, y
otra a convertir en confeti un mapa de carreteras» (p.35); o ese desafortunado
golpe en los testículos del autor, que
lo convirtió, mientras estaba guardando cola junto a una barandilla en
Eurodisney, en un padre volador durante cuatro metros, con el resultado de
varias contusiones y una costilla astillada.
Los dos grandes protagonistas de esta obra son, sin
dudarlo, el humor y la ternura. Porque al final, después de enfermedades,
agobios, traspiés, apuros en la cartera, alteraciones de horario y sueño
omnipresente, lo que queda es hermoso e impagable. Queda la sensación de haber
erigido una vida (en este caso, dos), de haber estado ahí para alimentar,
limpiar, vestir, proteger, alegrar y educar a unos locos bajitos (como decía
Joan Manuel Serrat) que tarde o temprano emprenderán su propio camino sin
nosotros. De ahí que Mi papá me mima
se convierta en un hermoso tarro de formol hecho con tinta, donde las palabras
retienen la magia y la dulzura de anécdotas, risas, chichones, bochornos,
abrazos, aprendizajes y besos. Tanto para las criaturas como para los padres.
«Me pregunto qué recordará H de mí, cuando sea mayor», escribe Patxi Irurzun en
la página 135. La respuesta es sencilla: recordará el amor. Y este libro rebosa
de él.
1 comentario:
Humor y ternura parecen dos argumentos más que suficientes como para considerar la lectura de este libro. Y más aún si le añadimos amor.
Gracias y un saludo!
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