El portugués Fernando Pessoa, que algo sí que sabía
acerca de poemas y de la belleza del mundo, dictaminó en una de sus sentencias
más célebres que ser poeta es una maravillosa forma de estar solo. Luego, el
murciano Eloy Sánchez Rosillo utilizaría la frase para ponerle nombre a su
primer poemario. Pero un poeta también es (y sobre todo, diría yo) una manera
de mirar el mundo, de contemplar el alrededor,
de indagar en el dentro. Al
principio, cuando es joven e indocumentado (parafraseo a García Márquez), uno
cae en el error de considerar que el poeta es la persona que dice muy bien las
cosas, entregándose a una especie de alambicamiento o de orfebrería verbal que
le pone palabras, colores y volutas a todo lo que desea. Luego, conforme va
aprendiendo, se da cuenta de que los poetas son en realidad unos espectadores
especiales del mundo. Unos seres que son capaces de mirarlo de una manera otra y que, por tanto, no necesitan
ponerle un forro de palabras a todas las cosas, sino que saben encontrar
siempre el equilibrio mágico entre la pirotecnia y la sobriedad, entre los
oropeles y la desnudez, entre los brillos y las oscuridades.
Así se me representa, desde que lo leo, el vate
Joaquín Piqueras: un buceador de desgarros, un contable de lágrimas. Alguien
que mira su entorno con lucidez y nos transmite su opinión y su diagnóstico.
En esa órbita se encuentra el volumen Los infiernos de Orfeo, por el que se le
concedió el premio Antonio González de Lama correspondiente al año 2009 y que
publicó la Diputación Provincial de León con el número 148 de su colección de
poesía. Concebida con espíritu musical, esta obra se articula en dos caras (A y
B, como los discos clásicos de vinilo) y contiene dieciocho composiciones (“pistas”),
donde nos encontramos con dos figuras nucleares que sirven de hilván para los
diferentes poemas: el músico Martín Orfeo y su amada Eurídice García. Su
historia y los mil matices que la tejen y destejen salpican las páginas de este
libro con abundantes referencias musicales, cinematográficas y literarias (los
nombres de César Vallejo, Gustavo Adolfo Bécquer, Ángel González, Charles
Baudelaire, Julio Cortázar, Francisco de Quevedo, Émil Michel Cioran o Jaime
Gil de Biedma son citados explícitamente), así como con inteligentes y
significativas inserciones intertextuales en cursiva (desde Garcilaso de la
Vega a Joaquín Sabina). Llama mucho la atención el logrado tono invocativo,
casi whitmaniano, con el que Joaquín Piqueras adereza las composiciones, así
como la utilización de ciertos recursos retóricos, magistralmente dibujados: la
paronomasia (“Hemos nacido para ser estrellas, / si no en el cielo, / sí en el
cieno de los programas de televisión”), el paralelismo (“Carne con 0% de
materia grasa, / carne con 0% de materia gris”), los juegos de palabras (“Noches
de cama a polvo revertido”), las metáforas (“El silencio hueco de las horas”),
etc. Igualmente incorpora Joaquín Piqueras a sus poemas elementos actualísimos,
como las menciones del carné por puntos, la Educación para la Ciudadanía o la óptica
Visionlab, que convierten los textos en frescas representaciones de la
modernidad. Y si los lectores me permiten un consejo, yo les diría que acudan a
la pista 5 de la cara B. Me parece el poema más cuajado de un volumen sin duda
espléndido y memorable.
No es la primera vez que realizo una reseña de este
escritor, y me alegra pensar que probablemente tampoco será la última. No
andamos tan sobrados de auténticos poetas en el mundo en que vivimos como para
permitirnos el lujo de acercarnos a ellos con cuentagotas. Hay que convertirse
en seguidores fieles de quienes han logrado acercarse a la Belleza. Cada libro
que se publica de Joaquín Piqueras es una nueva demostración de que su valía lírica
no es fruto azaroso de la casualidad, ni una orquestación trabada por intereses
editoriales ajenos a la órbita literaria, sino la feliz conjunción entre el
trabajo y la inspiración, entre el mármol y el viento. Cada entrega lírica de
Joaquín Piqueras es una fiesta para la sensibilidad de los lectores. Así lo
pienso y así me gusta pregonarlo por si los demás quieren unirse a la ceremonia
de su lectura.
1 comentario:
El infierno es un asunto muy personal. E, incluso, como don Jorge Luis y usted saben, tiene grietas de tanto en tanto.
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