Reconoceré, como arranque, que jamás he sido una
persona especialmente informada sobre el mundo saharahui. Tengo amigos que se
mantienen mucho más cerca de ese ámbito (con el ejemplo conocido y alfaguárico
de Luis Leante), que a mí me ha quedado más lejos. Por eso cuando cayó en mis
manos esta obra del escritor e ingeniero Mariano Sanz Navarro me pareció que
podría resultar poco interesante para mí. Pero me equivocaba; y aquí quiero
declararlo. Viaje por el Sáhara
Occidental ha sido finalmente un libro enriquecedor, en el que he
descubierto paisajes, aprendido costumbres, constatado similitudes con nuestro
país y apreciado diferencias culturales, que iban de lo curioso a lo
intrigante. Las estupendas fotografías de Gonzalo Sánchez Álvarez-Castellanos
han servido no poco para completar ese panorama de agrado.
Se nos cuenta en estas doscientas páginas cómo los
citados Mariano Sanz Navarro y Gonzalo Sánchez se desplazaron hasta el desierto
africano en compañía del profesor Alejandro García y cómo recorrieron un largo
viaje para ir conociendo de cerca y en profundidad los problemas que aquejaban
a esa cercana y en buena parte desconocida zona del globo terráqueo. Iniciaron
así su particular Badía (el viaje continuo y tenaz de los beduinos), que queda
aquí bien documentado.
Muchos son los elementos que integran el volumen:
referencias históricas desde el siglo VIII hasta la actualidad (que nos
permiten conocer mejor cómo se ha llegado a construir la realidad saharahui),
notas semánticas para neófitos (nos explica que Gibraltar viene de Yabal
Tarik, la montaña de Tarik), descripción de las pillerías habituales de los
guías turísticos (p.34), aproximaciones lúcidas al fenómeno del Frente
Polisario, algún desagradable incidente en el Instituto Cervantes de Rabat
(p.52), la información de que es costumbre poner a los camellos un saquito
colgante contra el mal de ojo (p.80), etc.
Algunos de los rasgos verbales de la obra también
son muy notables, porque el autor recurre a los destellos de humor para adobar
sus páginas. Así, cuando alude a la necesidad de ingerir vino “por si las
dificultades de engrase” (p.21); cuando maneja ciertas hipérboles jocosas (al
hablar de “dos guantazos capaces de nublarle la vista a un elefante”, p.52);
cuando constata que un halconero saudita con el que se cruza en la recepción de
un hotel “va un poco piripi” (p.106); o cuando, en fin, no duda a la hora de
emplear fórmulas coloquiales para decirnos que una comida a la que está
asistiendo “es de alto copete” (p.133). Por cierto, aquellos que quieran
conocer una interesante opinión sobre el regateo (que se adentra más en
interpretaciones psicológicas que en las económicas) haría muy bien en
consultar la página 146, donde Mariano Sanz Navarro se lo explica con buen tino
y buena prosa.
Únase a todo lo anterior un caudaloso torrente de
datos culinarios, geográficos, arquitectónicos o funerarios, y tendremos una
idea aproximada de las notables maravillas que este libro incorpora. Buen
trabajo para conocer con más detalle a nuestros vecinos del sur.
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