No
cabe aproximación racional u ortodoxa a las piezas literarias de Rabindranath
Tagore, porque su fraseo es musical, lírico, vaporoso. Las líneas brotan y se
elevan como columnas líricas, como llamaradas; llenas de colores, de aromas, de
rumor de lirios. Así ocurre también con Ciclo de primavera, que leo en
la traducción de Lauro Olmo y que publica el sello Edaf. Al principio, parece
que asistimos a una ceremonia teatral o poética más o menos convencional (un
rey caprichoso y débil, que se deja seducir por las palabras de Sruti-bhushan,
es después convencido por el Poeta). Pero si intentamos seguirla de forma
apolínea fracasaremos de modo estrepitoso, porque el Nobel hindú nos conduce
por senderos de bruma, donde los pasos tienen que ser etéreos, y jamás firmes.
La vida (parece decirnos el polímata de Calcuta) es una explosión de felicidad,
un juego, una zona de luz y de risas. Y debemos aceptarlo con una sonrisa
plena.
“Cuando
nosotros muramos, Dios nunca repetirá la equivocación de crear otros seres tan
absurdos como nosotros”, escribe con sorna. “No es tarea nada fácil dirigir a
los hombres. Más fácil resulta empujarlos”, escribe con inteligencia.
Aceptemos la propuesta y dejemos que su música nos embriague y nos dirija. Solamente quienes se hagan niños y danzarines entrarán en el Reino de Tagore.






