jueves, 2 de octubre de 2025

El mundo acabará en viernes

 


Quedan ustedes invitados (e invitadas) a jugar un rato al puzle. Todas las piezas, de una enorme variedad de colores y formas, están dispuestas sobre la mesa. Lo único que deben hacer, evidentemente, es descubrir el orden y las conexiones. Así funciona el juego, ya lo saben. Una de las piezas nos muestra a centenares de hombres y mujeres que, de pronto, cubren el mar: son los supervivientes de un naufragio aparatoso que sucedió en 1912. Otra de las piezas nos presenta a un tipo estrafalario que, enarbolando un pincel y una paleta, se ha abalanzado sobre el célebre cuadro de La Gioconda “para darle el último retoque”. Otra nos pone ante los ojos a un hombre alto y atractivo que dice llamarse Yeshua y que produce una instantánea sensación de paz en quienes se acercan o charlan con él. Otra pieza es una mujer silenciosa y bellísima, que se pasea en soledad por la campiña y cuyos rasgos reproducen con inaudita exactitud los de lady Diana Spencer. Otra pieza es Bob Dylan, bebiendo cerveza de manera taciturna en un pub londinense. Otra pieza es el conjunto de calamidades que comienzan a sucederse en el mundo a velocidad de vértigo: plagas de langosta, erupciones volcánicas, difusión de un brote de peste negra, asesinato del presidente de Estados Unidos, nube radiactiva sobre la India, vaticinio de una nueva glaciación, asteroide acercándose a la Tierra…

Excitado y a la vez paralizado por el asombro, quien observa las piezas ideadas por Manuel Moyano no sabe con exactitud qué hacer, cómo reaccionar, de qué manera unirlas para desvelar el enigma de su relato. Y yo creo que la magia reside precisamente ahí: en la capacidad de absorción que despliega (que siempre despliega) el escritor cordobés, capaz de suspender la incredulidad de quien sostiene el libro ante los ojos y guiarlo por senderos de fantasía, de pasmo, de vértigo. Porque lo que parecen piezas sonrientes o juguetonas, de pronto se tiñen de extrañeza, de ignominia, de náusea, revelando lo que puede surgir del interior humano en las situaciones límite.

Atrévanse a leerla. Atrévanse a jugar. Atrévanse a imaginar (de la mano de este excelente escritor llamado Manuel Moyano) cómo será el último día de la Humanidad y de qué manera quedarán separados (y quiénes formarán cada grupo) los dignos de los indignos, los bienaventurados de los irredentos. ¿Habrá un sonar contundente de trompetas o todo ocurrirá en silencio? ¿Cuál es la forma de Dios? ¿Qué ocurrirá cuando termine ese día inconcebible y apocalíptico? En sus manos queda descubrirlo.

miércoles, 1 de octubre de 2025

¡Lorenzo!...

 


Leo la pieza teatral ¡Lorenzo!..., de Vicente Medina, en la edición preparada por el profesor Mariano de Paco. Se trata de un texto al que perjudica ostensiblemente su brevedad. Por el tema que desarrollaba, por la evidente fuerza dramática de sus parlamentos y por las implicaciones sociales y políticas que sugiere, la obra admitía (y aun reclamaba) una estructura más sólida y una mayor generosidad argumental. Pero, con todo, Vicente Medina elabora unas páginas dignas, donde nos relata cómo Lorenzo, un mozo huertano de unos veinte a veinticinco años, ha sido enviado a la guerra de Cuba, y cómo en su forzada ausencia el innoble rico Cayetano (que exhibe “aspecto de brutales instintos”, como se afirma de forma maniquea en la página 165) trata de hacerse con la voluntad de Pilar, novia del chico. Es, pues, un procedimiento casi calcado de obras anteriores de Medina: si Andrés aprovechaba en El rento la “obligación moral” de José, que lo atenazaba y lo eliminaba como rival erótico, ahora será Cayetano (de similar edad, de similar riqueza, de similar catadura ética) quien desee aprovechar la “obligación militar” de Lorenzo para los mismos fines. La gran diferencia estriba en la actitud de la muchacha. Esta Pilar es mucho más resuelta que aquella Santa.

Otro elemento que llama poderosamente la atención es la doble lectura bíblica que puede señalarse en relación con la historia atribulada de Lorenzo. De un lado, es constatable que él ha sido expulsado del Paraíso, como un Adán sin culpa (su padre, Vicente, y el sacerdote, don Juan Antonio, aluden a la huerta donde trabajaba el joven y la llaman “la gloria”, en la escena II); del otro lado, cuando llega la secuencia final, se nos presenta al muchacho “en ese estado horrible en que vuelven muchos soldados de Cuba: lívido, demacradísimo, cárdenos los labios, hundidos los ojos, febril la mirada, sin voz, sin pulmones, sin fuerzas; con aplanamiento de muerte” (p.192). Y cuando abren para él el portón que muestra el “ambiente purísimo” de la huerta, “cae exánime en la silla”. Ha visto, como Moisés (y he ahí la segunda conexión bíblica que antes comentaba), la tierra prometida, pero no la ha podido hollar.

Y especialmente significativo se antoja el papel que el autor de la obra hace desempeñar al “sacerdote venerable” don Juan Antonio, representante (algo lineal, todo hay que decirlo) de la ortodoxia conformista. Así, cuando Vicente se queja del reclutamiento forzoso de su hijo, le aconseja “resignación, resignación y esperanza en Dios” (escena II); cuando protesta por lo oneroso del préstamo que padece, el religioso exclama: “¡Todo sea por Dios!” (escena III); y cuando, en fin, alza su voz contra la felonía el acoso sexual que Cayetano está desplegando alrededor de la novia de Lorenzo, el cura templa y pide “Paz para todo el mundo” (escena IX). Pero es que esos mismos consejos hipócritas de aceptación del status los repetirá ante otros personajes: cuando Pilar lamenta con amargura la avaricia implacable de los ricos, en lugar de adoptar una posición comprometida con los débiles (o al menos misericordiosa) se limita a susurrar con tono lleno de unción que “hay que tener paciencia” (escena V), lo que ya roza los límites de la mansedumbre hiperbólica. No resulta, pues, extraño que ante estas fáciles muestras de conformidad de don Juan Antonio (bastante estupefacientes para cualquier lector que se acerque a la obra en la actualidad) Vicente estalle y se atreva a plantear su rebeldía y hasta el inicio de su descreencia: “Ande está la mala guierba de las penas, la fe es una mata que medra poco” (escena V).

Texto interesante, aunque quizá demasiado ingenuo o maniqueo.

martes, 30 de septiembre de 2025

Un largo invierno


 

“¿Para eso embarcamos? Huir, huir ¿de quién? ¿Para qué? ¿Huir cada vez más lejos de nuestras familias, de nuestro país? No conseguía entender el significado de aquel viaje, el cansancio, los muertos, el hambre y penurias pasadas. Llevábamos seis largos años, o siete, había veces que ya no sabía ni el día, ni el mes, ni el año. Solo había hambre, desnutrición, íbamos con harapos y sobre todo había frío, barro, lluvia y nieve. Aquello se convirtió en un largo invierno”. Quien así se expresa, en la página 115 de esta obra, es Elena, una muchacha que ha salido de España en el año 1937, acompañando a los niños republicanos que fueron amparados por la Unión Soviética. Desde entonces, la vida ha ido poniendo ante sus ojos un espectáculo variopinto de emociones, sobre todo negativas, que han moldeado su espíritu: ha visto cómo muchas criaturas morían de hambre y de frío, ha observado con estupor la embriaguez de unos soldados que sobrellevan la soledad y la amargura a base de vodka, ha escuchado los aullidos de los lobos en los bosques nocturnos, ha soportado bombardeos y ráfagas de balas, ha sentido la mordedura criminal de la nieve en los dedos de sus pies. Pero también, porque la vida no es monocolor, ha sentido la ternura de un abrazo en medio del miedo (como diría Blas de Otero), ha notado el apoyo generoso de las gentes humildes, ha escuchado el impulso de un corazón que late para cumplir un proyecto.

Con gran emoción y con una prosa atractiva, la granadina Teresa Nieta Peca nos ofrece una entrañable crónica sobre aquellos años difíciles, en los que todas las ilusiones parecían condenadas a marchitarse, erosionadas por un entorno cruel y huérfano de misericordia. Por fortuna, la magia de esta novela nos sirve para que el olvido no cubra de invisibilidad la experiencia de aquellas personas, que sufrieron en sus carnes y en sus almas el zarpazo del infortunio.

lunes, 29 de septiembre de 2025

El inquilino

 


Prepárense, como lectores, para asistir a un juego narrativo que les exigirá su participación; una atención meticulosa, despierta, y que, en sus líneas finales, pondrá a prueba su capacidad para el asombro. Estamos en una universidad de Estados Unidos, donde trabaja como profesor un lingüista llamado Mario Rota. Es un hombre que, pese a practicar deporte, bebe quizá demasiado, que no desempeña una labor investigadora especialmente notable (lleva tres años sin publicar ningún trabajo de su especialidad, la fonología), que mantiene un vínculo emocional poco atento con su compañera Ginger (con quien se muestra más distante que cariñoso) y que tampoco es el vecino ideal (Nancy se queja de que la espía y molesta con sus impertinencias). Scanlan, su superior jerárquico en la universidad, no se encuentra satisfecho con su actitud. De ahí que aparezca en el campus un personaje llamado a revolucionar la situación: Berkowickz. Viene precedido por una intensa fama como investigador, ocupará la vivienda de Nancy (es decir, será el nuevo vecino de Mario Rota)… y se le adjudican algunos de los cursos del protagonista, que verá así mermado su horario y su sueldo. Pero eso no es todo: Ginger, harta de la actitud fría de Mario, decidirá acercarse (desde el punto de vista profesional, pero también sentimental) a Berkowickz. Con lo cual se consuma el terremoto: el mundo de Mario se ha puesto patas arriba. Y las insinuaciones de Scanlan acerca de su posible despido terminarán de erosionar su dignidad.

Esta novela, que parece presentarnos fundamentalmente un conflicto laboral y emocional, ejecutará un giro sorprendente en las páginas finales, ante las cuales les prevengo: presten mucha atención. No den nada por sentado. Desconfíen. Y lean con lentitud, fijándose muy bien en los detalles. La “teoría” que ustedes hayan desplegado acerca de la historia tendrá que sufrir modificaciones y se verá sometida a prueba. Pero les aviso también de otra cosa: van a disfrutar el relato de manera constante, porque la narrativa de Javier Cercas absorbe, impregna y deslumbra. Ya lo verán.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Jorge Luis Borges. Un destino literario

 


No sabría precisar con exactitud la fecha en que comencé a leer a Jorge Luis Borges, pero calculo que hacia 1987. Diría que fueron uno o dos cuentos sueltos. Tal vez algún poema. Más tarde, hacia 1988-1989, tuve la suerte de tener como profesor a un excelente conocedor de su obra, Vicente Cervera Salinas, que me abrió el hambre por devorar, como después hice, la mayor parte de sus libros. Hace muy pocos días, la editorial Cátedra tuvo la generosidad de enviarme el tomo Jorge Luis Borges. Un destino literario, del profesor argentino Lucas Adur; y paseándome por sus páginas, y subrayándolas, y llenándolas de notas y de asteriscos en los bordes, he vuelto a sentir la fascinación por la figura gigantesca del autor de El Aleph.

Lo he visto, tartamudo y con gafas, cuando era niño. He conocido muchos detalles que ignoraba de su bisabuelo Isidoro Suárez, héroe en la carga militar de Junín, y de su abuela Fanny Haslam, lectora minuciosa de la Biblia. He descubierto su entusiasmo juvenil por la revolución soviética, que “no fue, entonces, tan efímero ni inespecífico como quiso recordar años después, desde una posición política muy distinta” (según anota Adur en la p.74). He tenido acceso a un buen resumen de su atribulada iniciación erótica en un prostíbulo, en el verano de 1918, de la mano de su padre. He aprendido que en su época juvenil no era un sabio apacible y encerrado en la biblioteca, sino un muchacho muy activo en tertulias, cenas, paseos y homenajes a escritores (“Bailaba tangos y milongas, fumaba, bebía con cierta frecuencia y era capaz de discutir a los gritos o hasta agarrarse a golpes en el fragor de aquellas noches”, p.163). He conocido detalles jugosos de su amistad con Xul Solar, Alfonso Reyes, Macedonio Fernández o Cansinos-Assens, aparte de su relación simbiótica y entrañable con Adolfo Bioy. He corroborado la imagen que tenía de Borges como un enemigo acérrimo de Perón (aunque descubro con asombro que la amenaza de ser nombrado “inspector de aves” quizá pertenezca más a una leyenda fabricada por el propio escritor que a una realidad: el profesor Adur sostiene que no existe constancia de ese nombramiento y que todo apunta a una invención de Borges para disfrazarse irónicamente de víctima). Y subrayo con asombro la identidad del profesor de literatura que consiguió que el gran maestro argentino redactase un prólogo para un libro de cuentos escritos por sus alumnos adolescentes (en la página 450 nos espera la gran sorpresa de descubrir su nombre).

Además, los infinitos viajes de Borges por todo el mundo, los infinitos premios que le fueron otorgados (se pierde la cuenta de los doctorados honoris causa), los infinitos enamoramientos “blancos” (Bioy dixit) que experimentó durante su vida o las polémicas que, adventiciamente, fue gestando o se fueron adhiriendo a su leyenda.

El resultado final es un volumen espléndido, rico, poliédrico, que entiendo que alcanza la categoría de imprescindible para quienes amamos al Maestro.

jueves, 25 de septiembre de 2025

Cristales de plata


 

En ocasiones, la literatura cumple una función preciosa y educativa: permitirnos conocer mundos que se encuentran muy alejados del nuestro. Antonio J. Ruiz Munuera, en las páginas de su novela juvenil Cristales de plata (ganadora del VIII Premio Avelino Hernández), nos propone un viaje de ese orden, que nos llevará hasta el paupérrimo barrio de Mathare, en Nairobi, un conglomerado gigantesco de chabolas fabricadas con barro, desechos y chapas. Allí viven el narrador Kibwe Mwelu (que tiene 12 años cuando comienza esta historia, en 2009) y sus amigos Fatu (una niña despierta y de lengua rápida) y Rafiki (apodo bajo el que se esconde un vivaracho velocista, que sueña con ser el hombre más rápido de su país), rodeados por un ambiente de pobreza, bandas criminales (los grupos islámicos Al Shabab y Boko Haram, que rivalizan en sus acciones brutales de crímenes y violaciones), falta de agua corriente y ausencia de futuro.

Un día, aparece por allí una mujer singular que habrá de cambiar sus vidas: la fotógrafa escocesa Kyra Aislinn, que trabaja para National Geographic y que ha recorrido el mundo con “su caja de guardar imágenes” (como la define el joven Kibwe en la página 49). Su simpatía y su corazón puro la animan a poner en marcha una idea revolucionaria: entregar a los niños unas cámaras de fotos para que, con sus miradas limpias, registren todo lo que les parezca interesante de su mundo, y se conviertan así en “los ojos de Mathare” (p.73). El resultado llegará a convertirse en algo más (mucho más) que una propuesta artística: supondrá la revelación, para sus protagonistas y para quienes leemos su historia, de que una mirada limpia aprecia y selecciona la belleza, reduce el horror del entorno y mejora el mundo.

Con la grandeza habitual de su prosa, el autor lorquino nos permite pasearnos por un mundo africano donde imperan los gravámenes del infortunio (injusticia social, hambrunas, inundaciones, violencia religiosa), pero donde también puede florecer la esperanza, sobre todo si dejamos de considerar a sus países zonas “en vías de desarrollo” y comenzamos a verlos como “países que despiertan” (p.131). No se la pierdan.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

La hora zulú

 


Todo está a punto de saltar por los aires en esta tercera entrega de “Las crónicas del parásito”, de César Mallorquí. Quienes leímos los dos primeros tomos, titulados La estrategia del parásito (https://rubencastillo.blogspot.com/2025/08/la-estrategia-del-parasito.html) e Instrucciones para el fin del mundo (https://rubencastillo.blogspot.com/2025/09/manual-de-instrucciones-para-el-fin-del.html) nos quedamos con el pulso alterado y con el corazón encogido viendo cómo la IA llamada Miyazaki iba extendiendo sus tentáculos por Internet. Al principio, lo hizo de forma invisible, aparentando no existir; pero en los últimos meses da la impresión de que los camuflajes no le preocupan. Su poder es tan fastuoso que los disimulos ya no forman parte de su estrategia. Movido por el afán de controlar el mundo y eliminar de él a los seres humanos, sus estrategias se han vuelto horripilantes: empieza a matar a todos los hackers que se oponen a su despliegue; ha logrado que un laboratorio desarrolle una bacteria llamada Sokaris, cuyo índice de mortalidad es del 100%... ¿Cómo oponerse a semejante monstruo, cuya inteligencia supera a toda la raza humana?

Para descubrir el final de la historia, aquí tenemos La hora zulú, un cóctel narrativo lleno de sorpresas y adrenalina, en el que asistiremos a persecuciones a toda velocidad, entrenamientos militares, mafias rusas, robots que ponen los pelos de punta, disparos imposibles, emboscadas nocturnas, explosiones, virus informáticos de última tecnología y, sobre todo, el aroma inquietante que dejan en el ánimo del lector las últimas páginas, cuyo secreto no me permitiré ni siquiera insinuar.

Si quieren ustedes enganchar a un adolescente al mundo de los libros y están dudando qué autor elegir, César Mallorquí siempre ha sido una apuesta segura. Pero lo de esta trilogía, créanme, supera todo lo imaginable en cuanto a capacidad magnética. Apúntenselo y regálenla para cumpleaños, para santo, para aplaudir notas de la primera evaluación, para Navidades o, como decían los publicistas de aquellos bombones, porque hoy es hoy. Triunfarán.