lunes, 8 de diciembre de 2025

Solo mientras tanto


 

Me acerco hasta las páginas poéticas que Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia escribió con veintiocho años, con veintinueve años, y que reunió en el pequeño volumen Solo mientras tanto. Atreverse a decir que aquí ya está la voz dura y sólida del uruguayo Mario Benedetti sería mentir: falta el poso de la madurez. Pero sí que adivinamos, aquí y allá, adjetivaciones poderosas, ráfagas de luz que lo insinúan, aciertos de sencillez inimitable (“Ahora en cambio estoy un poco solo, / de veras un poco solo y solo”), pareados que detienen la saliva en la garganta (“Ahora no es, no puede ser la muerte. / Abro los ojos para convencerme”), líneas que te dejan pensando (“Estoy solo con mi infancia de alertas”).

Creo que voy a seguir la exploración por los libros de Mario Benedetti en orden cronológico. Intuyo que va a gustarme la experiencia.

sábado, 6 de diciembre de 2025

Escicha


 

Es un anciano cuya identidad nominal se nos oculta entre brumas desde el principio (“Siendo muy joven me apodaron Severo por la aspereza de mi carácter; aunque en realidad mi madre me bautizó con otro nombre, un nombre que ya no recuerdo”, p.21). Vive en el cortijo El Agua Vieja, situado en una aldea de La Mancha “de la que se fueron hasta los perros”; y, desde sus primeros años, sufrió el influjo de un padre devastador, violento y alcohólico, que lo moldeó a su antojo (“Mi padre me talló con gubias y formones de orfebre cruel y despiadado y a fuerza de palos me convirtió en bestia, y me arrancó del pecho la compasión. La miseria se hereda”, p.15). Así arranca esta turbulenta narración con la que Luisa Máñez debuta en el mundo de la novela en el brillante sello Talentura.

Y les aseguro que es una historia que se clava mientras lees, de tan potente y perturbadora. Qué escritura más especial, de textura terrosa y lírica, en la que burbujean prodigios y respiraciones telúricas, que generan una atmósfera de alucinación poética, casi apocalíptica. Y esa atmósfera, de forma precisa, provoca el asombro y acelera la respiración. Que nadie espere encontrar aquí una novela complaciente o siquiera convencional. En modo alguno. Lo que encontrarán será un rugido de anomalías, un estrépito de imágenes que ponen los ojos del revés. ¿Piensan que exagero? De acuerdo: abran el libro por la página 26 y lean: “Un día madre comenzó a llorar cera porque sus lagrimales se habían secado, y un enjambre de abejas entró por la ventana y libó en sus ojos, después en sus labios. La lengua de madre zumbaba como las alas de las abejas, y del suelo brotaron cordilleras con sus lágrimas coaguladas”. O abran el libro por la página 44 y lean: “En Alaska un oso polar miró al cielo y abrió la boca y en sus fauces se originó un huracán. María sacó la lengua y el pequeño vendaval aterrizó suavemente sobre ella”. O abran el libro por la página 93 y lean: “Entré en la habitación. Me acerqué a él. El corazón bombeaba angustia. Lo vi: su cuello roto caía dulcemente derrotado. Las palmas de las manos abiertas; en ellas dibujados con carboncillo dos crucifijos. En la mesilla de noche estaba mi mechón de pelo atado con hilo rojo a una rama de romero”. ¿Comprenden ahora lo que les digo acerca de la potencia imaginativa y telúrica de esta novela?

Poesía y prosa se dan la mano en esta propuesta intensa y diferente, no apta para lectores perezosos. Remánguense y afronten su lectura con valentía.

jueves, 4 de diciembre de 2025

El peso exacto de los días

 


Llevo desde el año 2017 leyendo a Pilar Galán. Y cada día que pasa me alegro más de haber tenido la fortuna de dar con sus libros. Ahora, acabo de terminar su última entrega, que lleva por título El peso exacto de los días y que es (que vuelve a ser) una auténtica maravilla, que nos habla de mil historias y emociones: la tristeza de tirar los zapatos de la madre fallecida (“El orden natural de todas las cosas”); homenajes a Quevedo (“Cuernos y barraganas”, “Polvo enamorado”); pequeños relatos de amor y escalofrío (“Programa de ropa blanca”); deliciosas variantes del humor (agrio, tierno, macabro), como las contenidas en la serie “Amor de madre”; homéricas hipérboles ferroviarias (“Y su maleta de cartón”); la tierna preciosidad de “Padres adoptivos III”; esa sonriente delicia que bautiza como “Nombres”. Y, en fin (para no serles pesado, como diría mi madre), un gran número de guiños culturales: la mitología clásica (Eurídice, Minos, Cíclope, las Parcas), Velázquez, Homero, Stephen King, la Biblia…

Otros libros de microrrelatos pueden leerse de un tirón, sonriendo o cabeceando ante cada propuesta (lo sé porque he leído unos pocos), pero considero que los contenidos en El peso exacto de los días ganan mucho si se leen de forma espaciada. A mí, tras una primera lectura tradicional, me funcionó muy bien otro método para la segunda, que realicé con cinco días de diferencia: leer un texto en voz alta, cerrar el volumen en silencio, quedarme pensando durante unos minutos y después, otra vez en silencio, pasar al siguiente. Si todo buen libro de microrrelatos es una explosión de creatividad, que se dispara en cien direcciones y que nos regala cien historias diferentes, El peso exacto de los días lleva esa explosión a alturas de excelencia.

Un libro inagotablemente valioso, que puede ser abierto por cualquier página y emitir luz. Si me permiten una debilidad personal, acudan a la página 133 y lean “A veces hago cosas”. O, si lo prefieren, empiecen el tomo por el final, recorriendo las líneas inmejorables de “Primos de Francia”. Luego me cuentan.

martes, 2 de diciembre de 2025

Sendas de invierno

 


Hay unos árboles acariciados por el viento. Hay unos pájaros que, en medio del silencio, trinan. Está el Moncayo, erguido y monumental. Hay riachuelos que discurren con levedad encantadora. Hay lágrimas de lluvia que humedecen las ventanillas de un tren. Y, frente a todo esto, se detiene la mirada inquisidora y lírica de Fulgencio Martínez, que convierte en tinta ese espectáculo inmortal. Lo más lógico sería que, después, estuviesen nuestros ojos, leyendo los poemas que resultan de esa contemplación, pero no es así. La humildad reverente del poeta lo inclina hacia otra solución: dejar que los ojos de otra poeta, Dionisia García, evalúen esas composiciones, las maticen, introduzcan sugerencias, propongan cambios, varíen el ángulo de la luz. El resultado es Sendas de invierno, la obra que acaba de aparecer bajo el sello Ars Poética.

Si el maestro Pedro García Montalvo nos habló de una primavera que viajaba hacia el invierno, Fulgencio imprime un giro de esperanza al rótulo y lo invierte: es ahora el invierno el que progresa hacia la tibieza primaveral, el que se va llenando de colores y aromas.

Se nos susurra con sabiduría en estas páginas que "envejecer es la sombra / de nuestros esfuerzos fracasados"; que quizá la vida constituya un enigma para el que, por más que nos obstinemos, jamás encontraremos explicación ("Nada sé: nadie sabe. Vivimos solo / en cierta página de un libro / quizá infinito"); o que tal vez deberíamos convertirnos en ese bailarín nietzscheano que se desplaza rítmicamente por la existencia ("Soy el danzante que vuelve a morir / cada hora y cada día desvividos"). Y, desde luego, les aconsejo que no se pierdan los rutilantes juegos poéticos que este volumen nos propone, del que puede servir como muestra el encabalgamiento espectacular que adorna la página 38 ("Todo mi yo a oscuras, como un insecto / atraído a la luz de una pantalla, / se vuelve de golpe iluminado / por una absurda fe / rocidad en mí, contra mí, conmigo").

Un auténtico festín para la inteligencia y para la sensibilidad, como todos los libros de Fulgencio Martínez.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Una aventura al pastel

 


Que las obras de Juan Ramón Santos me gustan muchísimo no supone ningún secreto para quien tiene la amabilidad de seguir este blog: catorce reseñas avalan ese entusiasmo. Ahora, con la compañía (literaria) de su hija Mafalda y con la compañía (ilustrada) de Daniel Gil Segura, disfruto de la obra Una aventura al pastel (en la colección Tigres de papel, de la Editora Regional de Extremadura). En ella, una niña inteligente y sensible que acompaña a sus padres durante la visita a una pinacoteca se va a ver inmersa en una aventura asombrosa, en la cual viajará por importantes cuadros de la historia de la pintura, charlará con varios personajes interesantísimos y, en fin, tratará de ayudar a una dama desvalida, que está a punto de ser devorada por un pérfido monstruo. ¿El resultado? Una narración fluidísima, llena de sorpresas y sentido del humor, que encantará a los más pequeños de la casa si tienen ustedes la buena idea de leérsela en voz alta, al calor de la estufa o metidos en la cama, bajo un edredón confortable. ¿Que cómo lo sé? Pues porque yo sí que he hecho el experimento con mi hijo Jorge. Y he visto cómo le brillaban los ojos y cómo me pedía que le repitiera algunos diálogos, que le mostrara las ilustraciones o que buscara en Internet los cuadros a los que la obra hace referencia, para entender mejor los detalles del relato.

Una maravilla, oigan. Tanto el trío de personajes protagonistas (Ruth, Linaza y Trementina) como el trío de artistas que lo han convertido en un libro espléndido (Mafalda, Juan Ramón y Daniel). La Navidad se acerca: no les digo más.

domingo, 30 de noviembre de 2025

La feria de Plundersweilern

 


Estamos invitados a asistir a la feria. Y la verdad es que resulta difícil negarse, sobre todo teniendo en cuenta que quien nos cursa la invitación no es otro que Johann Wolgang von Goethe. Todo en esa feria es ajetreo, estruendo, gritos, risas, proclamas de vendedores que ofrecen sus mercancías (pitos, ganado, escobas, tambores) y gentes que se enzarzan en disputas. El nivel de ruido llega a ser un poco ensordecedor, para qué negarlo. Pero tiene un aliciente especial: también se representa en su interior una pequeña obra de teatro, que nos brinda una enseñanza: el codicioso y pérfido Amán intenta convencer al rey Asuero de la maldad de los judíos, que desprecian sus leyes, acumulan riquezas y podrían, en fin, atentar incluso contra la vida del monarca. Su objetivo, desde luego, es económico. Pero el soberano, aturdido por las informaciones que Amán escupe en sus oídos, accede a decretar el pogromo. A su alrededor, mientras los actores desempeñan sus papeles, siguen gritando las lecheras, corriendo los pilluelos y buscándose la vida todo tipo de mercaderes.

Una piececita liviana y distraída, que he podido disfrutar gracias a la traducción de Rafael Cansinos-Assens.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Poemas de la oficina

 


Es difícil mantener los sueños (y ni siquiera la alegría de vivir) cuando se vive esclavizado por un trabajo estúpido, rutinario, absurdo, donde rellenas uno tras otro miles de formularios, realizas copias, archivas carpetas y te ves obligado a sonreír cuando el jefe llega después que tú, se va antes que tú y disfruta de más vacaciones que tú. Es la existencia gris del empleado del último peldaño, del tornillo más insignificante de la maquinaria, que el uruguayo Mario Benedetti retrata de forma impecable en estos Poemas de la oficina, donde se nos habla de ilusiones que se marchitaron y que, desde luego, no caben en el sobrecito marrón del sueldo; del ímpetu intacto que enarbola el recién llegado, que aún confía en alcanzar el éxito sentado frente a la mesa (“El nuevo”); del horario tedioso y sofocante, que parece estirarse como un chicle sin sabor (“Faltan para el domingo / como siete semanas”); de las esperanzas inútiles de felicidad, que se emplazan para el momento del retiro (“Pero el cielo de veras que no es este de ahora / ese cielo de cuando me jubile / habrá llegado demasiado tarde”); de la resignación, que cae sobre la cabeza del empleado como una ceniza gris (“Otro día se acaba y el destino era esto”); y de las breves sonrisas que brotan durante los quince días en los que se disfruta de vacaciones, tras los cuales se mira al calendario y se comprende que, otra vez, “aquí empieza el trabajo. / Mansamente. / Son / cincuenta semanas”.

Siempre resulta fascinante adentrarse por los libros de Benedetti, así que imagino que iré visitándolos todos. Espero poder hacerlo. Y que ustedes me acompañen.