viernes, 18 de julio de 2025

Después nos hicimos grandes

 


En todas las vidas hay encrucijadas, puntos de inflexión o episodios oscuros, que, sin que quizá seamos conscientes, se convierten en centros neurálgicos del vivir. Pueden ser decisiones equivocadas, pueden ser separaciones erróneas, pueden ser acciones que, pese a su aspecto indistinto, excavan un lago negro en nuestro corazón. Rara vez detectamos esos episodios, hasta pasado un tiempo. Rara vez descubrimos que, desde que se producen, somos esos episodios, ya para siempre. La bilbaína Elena Alonso Frayle reflexiona en los diez relatos de este volumen (que se titula Después nos hicimos grandes y que, tras obtener el premio Camilo José Cela 2023, fue publicado por el sello Trea) acerca de esos instantes.

En sus páginas descubrimos a niñas que provocan una muerte aciaga con la simple enunciación de una frase provocadora; al chico que mantiene un extraño diálogo con un camionero; a la preadolescente que, sola en casa, juega con el fuego de la provocación erótica a través de una ventana; al hombre que, tras la muerte de su tío Andrés, registra sus papeles para descubrir quién fue en realidad su misterioso amigo Enrico del Regato; a la bella anciana que, después de enviudar, decide embarcarse en un crucero de lujo para visitar la isla de Redonda (de la que fue rey el escritor Javier Marías) y cumplir así con la voluntad de su esposo; a la mujer envarada y de carácter agrio que, muchos años después de vivir un trauma infantil, decide trasladar su ponzoña a quien fue su compañera en aquella lejana situación… Todos los personajes viven aquejados por una culpa, impregnados por un mar de lágrimas o rodeados por una cortina de nieblas; y todos han de resistir los zarpazos de viejos traumas.

Magistral en la formulación literaria, Elena Alonso Frayle convierte esos traumas en relatos de sofocante intensidad, en cuadros psicológicos de intenso fulgor; y deposita en nuestras manos un volumen espléndido de cuentos, que conviene leer despacio y con toda concentración.

jueves, 17 de julio de 2025

Voz y memoria de Al-Watiq

 


Acudamos a la contraportada de este volumen y descubramos cómo lo define el propio autor: “Un texto en forma y género de novela”. Sutil, como siempre, Santiago Delgado. No nos dice abiertamente que se trate de una novela, porque como buen conocedor de la literatura sabe que el espíritu de estas páginas incorpora tanto de historia como de literatura, tanto de novela como de retrato, tanto de poesía como de crónica. Forma y género es la inteligente fórmula que utiliza para invocar el espíritu abarcador y dúctil del género novelesco.

Adentrémonos en el tomo y veamos qué descubrimos.

Quien nos habla en primera persona es Al-Watiz bi-Alláh al-Muctasín Bihi, último rey de Murcia (o, dicho con las palabras de su cultura: Emir-al-Muslimín de Múrsiya), hijo del venerable Al-Motawaquil Alalá Ibn-Hud, quien entretiene la fatiga de su viaje nocturno hasta Fortuna rememorando episodios, personas y anécdotas de su vida. Esas evocaciones, profusamente documentadas por el autor, nos permiten conocer de primera mano (de primera voz, diríamos) muchos de los momentos claves del siglo XIII murciano, época de enfrentamientos religiosos y también de pactos, de fricciones y también de diálogos, de fronteras y de confluencias. Con elegante mezcla de registros, Santiago Delgado nos va dejando noticia de los almohades; del sabio Ricotí; del rey cristiano Alfonso; del sensual baño de Halima entre pétalos de rosas; de la prostituta gallega Juana; de la invención árabe del azúcar, innovación gastronómica que tuvo lugar en tiempos de Todmir, al que Santiago le dedicó un excelente libro (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/07/cronica-de-todmir.html); del nombre de la ciudad de Murcia (que ahora parece ser que está celebrando sus 1200 años de existencia); del celebérrimo Rey Lobo; del no menos famoso León de Cartagena, a quien el autor dedicó también una gran novela (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/06/cronica-de-leon-de-cartagena-1.html); o de cierta dolorosa mutilación, cuyos pormenores no detallaré para no alterar los estómagos de los lectores, pero que puede consultarse en la página 123. Y, por supuesto, los poemas que se intercalan en el texto y que lo dotan de una música muy especial, que se agradece y se aplaude.

Profundamente documentada (Santiago Delgado atesora alma de historiador y amplios conocimientos de erudito), pero también airoso en su desarrollo novelesco, este volumen publicado por la Real Academia Alfonso X el Sabio enriquece la impresionante trayectoria del autor murciano con otra joya narrativa.

martes, 15 de julio de 2025

El verano de Cervantes

 


Hay libros que se recorren y se olvidan. Son la mayoría y, desde luego, no lo digo con desprecio o burla. Me he pasado la vida leyéndolos y les tributo una enorme gratitud. No pertenezco (nunca lo he hecho) a la cofradía de quienes postulan que solamente hay que leer los libros egregios o sancionados por el aplauso de las generaciones. En modo alguno. Qué esnobismo. Leo con infinito agrado a muchos de mis contemporáneos y a todo tipo de escritores de siglos pretéritos, sin importarme el idioma en que codificaron sus obras, su ideología política o sus opiniones sexuales. Llevo medio siglo leyendo y cruzo los dedos anhelando que aún me queden un par de décadas de seguir con esa misma inquietud vital.

Pero sé que también hay libros que se recorren y se quedan en la memoria. Y que esa memoria (contra lo que pudiera pensarse) no es firme, sino que va variando conforme volvemos a ellos y les descubrimos nuevos perfiles, nuevas aristas, nuevos esplendores: ese adjetivo que se nos pasó hace años, esa frase que quizá no supimos entender del todo (por juventud o por excesiva velocidad lectora), ese personaje por el que de pronto experimentamos mayor ternura o hacia el que nos volcamos con más admiración. No se trata de que tú elijas qué libros van a gozar de esa vida poliédrica dentro de tu corazón: es, probablemente, al contrario. Quizá cada libro elige a quién impregnar, a quién invadir, a quién retener.

Para Antonio Muñoz Molina, una de esas obras es Don Quijote de la Mancha; y en este reciente libro, que se titula El verano de Cervantes y que ha aparecido en el sello Seix Barral, explica los pormenores de su amor: primero, contándonos de qué manera descubrió la novela en su infancia; luego, glosando los detalles que ha ido descubriendo en cada nueva visita, en épocas y países distintos; al fin, explorando la influencia que la obra cervantina ejerció sobre escritores de todo tipo (Faulkner, Mann, Twain, Joyce). En ese juego polifónico, Antonio Muñoz Molina nos conduce por un camino que ocupa 444 páginas, lleno de brillantez y de magia, en el que descubrimos con fascinación que, a pesar de que hayamos leído la obra de Cervantes, la mirada afiladísima del ubetense nos invita a descubrir multitud de detalles que se nos escaparon y que, mirados con sus pupilas, nos revelan importantes detalles estilísticos. Aportaré un único ejemplo, que se encuentra en la página 187: “En las más de mil páginas de Don Quijote siempre es verano y llueve una sola vez”. Yo, que he leído dos veces la obra (y creo que no de forma desatenta), jamás había reparado en esos detalles.

En la brillantez estilística de Muñoz Molina, en su fascinante poder de seducción y en el embobamiento que su lectura me depara no será preciso que me detenga, porque son sabidos. A ningún escritor, vivo o muerto, admiro más que a él.

viernes, 27 de junio de 2025

Las hojas verdes


 

Entro en Las hojas verdes, de Juan Ramón Jiménez, una obra que está fechada en 1909 y que nos invita a olvidarnos del mundo real para caminar por un espacio de jardines, ríos de cristal, lunas resplandecientes y amores anhelados. Aconsejo vivamente que el libro se lea despacio y en voz alta: yo lo he hecho así y juzgo que se impregna uno mejor de las sonoridades juanrramonianas. Es un volumen muy breve, donde llaman la atención los encabalgamientos léxicos que el autor asperja por la obra, los cuales imprimen a los poemas una saltarina musicalidad (“Luna blanca, pon / le el rosal abierto / de tu compasión!”). Unida a esa condición juguetona se encuentra también la zigzagueante polimetría que el poeta de Moguer maneja, para imprimir a sus versos un ritmo marcadísimo.

En sus páginas nos explica que se encuentra solo, sin un amor que enjoye su vida (véase, por ejemplo, el poema VI, titulado “Pastoral romántica”), pero que sigue buscando a esa persona especial, única, que “me ayude a subir la colina”. Apenas le faltaban cuatro años para conocer a la persona que mejor lo entendió y lo acompañó, Zenobia Camprubí. Y nos sorprende también (es otro de los grandes hallazgos del volumen) con formulaciones sencillísimas para problemas hondos (“Qué pondrá fin a esta melancolía / de un día y otro día y otro día?”).

Un libro delicado, de transición, que se lee todavía con placer.

jueves, 26 de junio de 2025

Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya

 


Resulta imposible escribir sobre uno mismo sin escribir sobre los demás, porque incluso las personas más alejadas del trato con sus semejantes son seres poliédricos, que tienen amigos y enemigos, admiradores y detractores, paisaje humano a su alrededor. Y también resulta imposible escribir sobre uno mismo sin dibujar el alrededor, lo que Ortega y Gasset llama las circunstancias: la política, las costumbres, la sociedad. Ni somos burbujas ni vivimos en el éter. El periodista Patricio Peñalver (Espinardo, 1953), testigo y protagonista de tantos acontecimientos, publica ahora su libro Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya, que incide en esas ideas y que nos muestra el retrato personal y social de quien ha conocido la segunda mitad del siglo XX entre libros, películas, cervezas, luchas sindicales, canciones y viajes. Y la obra se lee, como no podía ser menos, con enorme agrado.

En primer lugar, porque descubrimos bastantes caras del poliedro Patricio que no conocíamos (esa plétora de trabajos juveniles, que lo llevaron a vivir experiencias como pintor, en una fábrica de hilaturas, elaborando ejes para motos, reparando ballestas de camiones, siendo dependiente en unos grandes almacenes, operario en la industria conservera del tomate, vendedor del Círculo de Lectores, falso electricista en las obras de construcción de El Corte Inglés, temporero en la vendimia francesa, empleado en la fábrica de cerveza Estrella de Levante, en una fábrica de globos… y les aseguro que la nómina no termina ahí). En segundo lugar, porque nos va indicando las rutas culturales que fueron horadando su alma: la música, la pintura, el cante de las minas o la literatura (donde los nombres de Miguel Hernández, García Lorca, Peter Handke o Julio Cortázar adquieren una dimensión especialmente significativa).

Pero también porque Patricio nos va dejando en los ojos sus amores, sus viajes por Europa, su afición a escribir en servilletas de los bares, los guateques a los que asistió, las películas que fueron llegando hasta sus retinas en cines de verano o pantallas de ordenadores, su servicio militar en Lorca, sus publicaciones en la prensa o los amigos con quienes va coincidiendo en cafeterías o presentaciones de libros: Diego Sánchez Aguilar, Manuel Moyano, Pedro García Montalvo, Eloy Sánchez Rosillo, Soren Peñalver…

El resultado es una vida que, tras palpitar bajo el sol, palpita ahora en forma de tinta; y, aunque a veces tienda a ser observada con cierta melancolía derrotada (“Siempre había gritado ¡Yo soy Espartaco! y por supuesto siempre había perdido”, p.145), se convierte en un texto luminoso y revelador, al que conviene acercarse.

martes, 24 de junio de 2025

Dos tardes con Franz Kafka


 

“Yo no soy un lector de Franz Kafka, yo soy su enamorado”. Es la primera frase de este libro. Es la frase con la que, también, se abre el texto de contraportada. Eso significa muchas cosas, pero sobre todo una: que no estamos a punto de leer una obra de ensayo, ni una reflexión intelectual, sino una declaración de amor. Parece una bobada y desde luego no lo es, porque establece las normas esenciales del volumen: que no es discutible, que no es razonable. Si un amigo te habla con éxtasis de su amada no cabe señalarle después, ni siquiera con una sonrisa, que sus labios son inferiores a los de Angelina Jolie, que su pecho desmerece frente al de Mónica Bellucci o que sus ojos no admiten comparación con los de Elisabeth Taylor. Sus palabras de enamorado invalidan cualquier discrepancia y suspenden toda tu capacidad crítica. Lo tomas o lo dejas. Fin del asunto.

Manuel Vilas nos propone una confesión idéntica, que se vertebra sobre su amor hiperbólico por el checo Franz Kafka, al que define como “dueño de la literatura universal”, como “singularidad cósmica”, como “droga”, como creador de la única obra literaria que no sufre la oxidación del tiempo y, por supuesto, como el mejor escritor de la historia. Se permite además ciertas miradas condescendientes hacia quienes no compartan su éxtasis (“A mí me deprimen los lectores de Kafka que solo han leído La metamorfosis”) e incluso formula algunas profecías no menos arrebatadas (“La universalidad de Kafka solo acaba de comenzar. Tiene cien años. Será una universalidad más poderosa que la de Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Flaubert o Tolstói”).

No hay que irritarse con estas aseveraciones, derivadas (insisto) del amor. Vilas es muy dueño de esmaltarlas en un libro y, limándoles algunos excesos, tampoco habría demasiados problemas para admitirlas como verdades, porque somos ciertamente muchos quienes hemos leído al atribulado escritor checo con fervor y sentimos “el consuelo de que Franz Kafka estuvo aquí, en la vida, y escribió”. Comparto también con Manuel Vilas la simpatía que experimenta por Max Brod, y coincido en las dimensiones de la gratitud que todos los kafkianos deberíamos tributarle (“Sin él, todos esos expertos no tendrían nada de qué ocuparse, estarían en el paro […]. Los lectores de Kafka somos todos descendientes de Max Brod. Descendientes de una fe, de una perseverancia, de una fuerte convulsión personal, de una admiración que va más allá de la admiración”).

Libro visceral, luminoso, dionisíaco y fértil, donde se nos ofrecen reflexiones de gran calado (“El mundo ofrece anestesia. Hay muchas: el sexo y el amor, por ejemplo. El alcohol. La familia. El café. El deporte. La vida es ir probando la anestesia que más te convenga. Franz Kafka encontró una que le aliviaba: escribir”) y donde, sobre todo, titila una continua invitación para que volvamos a las páginas del checo y busquemos en ellas otro ángulo, otro pliegue, que no advertimos en las lecturas anteriores. Hagámoslo.

lunes, 23 de junio de 2025

Cantos de sirena

 


Todos los relatos que conforman el volumen Cantos de sirena, de Faustino Lara Ibáñez, de quien ya reseñé en 2019 su libro Especies en extinción, ganador del premio Manuel Llano (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/08/especies-en-extincion.html), han recibido reconocimientos en certámenes de cuento de toda España. Ese detalle, que no resulta desde luego menor, nos indica claramente que la prosa del autor es tan eficaz como exitosa. Y, en efecto, las trece narraciones que integran el tomo van consiguiendo que, de forma firme, nos encandilemos con el estilo del toledano.

El sugerente abanico de temas y emociones que se nos sirve en estas páginas es enorme: la extraña obsesión de un hombre por las sirenas, en cuya existencia cree de manera firme, tras escuchar las historias del viejo François; las tensiones que se viven en el hogar de una pareja que se encuentra en crisis y que tienen una hija de tres años, convencida de estar acompañada por un amigo invisible; el afán de una mujer de cuarenta años por conseguir quedarse embarazada, pese a las reticencias (y aun la oposición) de su marido; el inquietante juego de indios y vaqueros que debe protagonizar un hombre, para purgar un viejo pecado de su niñez; la mujer maltratada que descubre en una novela de Stephen King el mecanismo de venganza que la liberará de su pesadilla; el pintor que encuentra el amor de la forma más insospechada… Podría seguir y seguir, pero me estaría limitando a darles un telegrama de cada relato, y mi objetivo desde luego es otro: que ustedes se sientan impulsados a buscar el tomo y leérselos.

Se lo plantearé entonces de otra forma: acudan al libro, ábranlo por el cuento “Respirar amor, aunque duela” y recorran sus hojas en silencio, conteniendo (no es fácil) las lágrimas. Después, cuando conozcan esa conmovedora historia de esperanza y literatura (pueden creerme), no vacilarán ni un segundo: querrán leer los demás de un tirón. Háganlo y ya me contarán.