Hay
autores de quienes siempre aguardo, con expectación y con fervor, cada libro
que publican, porque las páginas suyas que he podido saborear me han
transmutado en adepto. Con Fernando Clemot me ocurre desde 2009, en que tuve la
fortuna de tropezarme con Estancos del Chiado, un volumen prodigioso de
cuentos que terminaría alzándose poco después con el premio Setenil (https://rubencastillo.blogspot.com/2025/03/estancos-del-chiado.html). Ahora acude
hasta mis manos su obra La reina de las aguas (Un viaje eterno por Roma),
que publica La línea del horizonte con una exquisita cubierta pompeyana.
¿Y
qué puede encontrarse allí? “Es un itinerario que entiendo como una carta de
amor a una ciudad y a un tiempo”. Con esas palabras lo define el autor en la página
13, y no puede expresarse con más tino ni con más belleza. Acompañado por su
esposa Eva y por su hija Emma (en uno de los viajes) o por sus amigos Jordi Gol
y Ángel Lobato (en otro), el magnífico escritor barcelonés nos ofrece un
espectáculo inigualable de erudiciones históricas y arquitectónicas, de
reflexiones artísticas e incluso de anécdotas personales (ese perro que estuvo
a punto de clavarle los dientes, ante la mirada iracunda de la dueña; ese paseo
temerario por el túnel Pettinelli, más peligroso de lo que él sospechaba; esos
juegos infantiles de Emma en la fuente del Collar de Perlas, mientras él estaba
observando desde un banco). Mezclando documentación y curiosidad, éxtasis y
enamoramiento, vemos al autor paseándose por Santa María Maggiore; entrando en
el cementerio de Verano y depositando rosas en las tumbas de Marcello
Mastroianni, Elsa Morante y Vittorio Gassman; descubriendo los detalles del terrible
bombardeo de San Lorenzo, en septiembre de 1943; subiendo de rodillas la
Escalera Santa (y rezando un padrenuestro en cada peldaño “y hasta los retales
del avemaría que recordaba”); o quedándose hechizado por los sepulcros etruscos
(la secuencia que ocupa las páginas 139-143 es de una belleza cautivadora).
Una obra delicada, hermosa, casi fragante, donde Roma palpita en cada párrafo y donde el hechizo de la Ciudad Eterna se convierte en un viaje eterno, que Fernando Clemot destila con sabiduría para nosotros. Gracias sean dadas.