Un
profesor que siente algo más que cariño por una de sus alumnas; adolescentes
que no pueden evitar miradas lascivas hacia el cuerpo desnudo de sus amigos, en
las duchas; chicas con TEA que se refugian en un mundo de dibujos manga y
hackeos informáticos; estudiantes drogadas y luego sometidas a vejaciones
sexuales inmundas; zapatillas manchadas de sangre; hermanas que rivalizan y se
aman/odian desde la niñez; hombres poderosos y prepotentes que ven cómo su
mundo se resquebraja tras el asesinato de su hija preferida; interrogatorios
tensos, que bordean el acantilado de la explosión; enigmáticos motoristas con
cascos integrales negros; disputas juveniles muy subidas de tono; vídeos que se
difunden de manera bochornosa y que contienen imágenes inesperadas; móviles que
desaparecen oportunamente; un buen número de falsedades y obstrucciones a la
justicia (“Parece que mentir es el deporte local”, p.388)… La investigación
sobre el caso de Belén Villalba no va a resultar, desde luego, sencilla; y
mucho menos para la capitán Alma Ortega, que vuelve desde Madrid a su Almansa
natal, enviada por sus superiores de la UCO. En esa localidad la espera un
mundo que quiso dejar muy lejos de su corazón: una casa familiar que le trae
malos recuerdos, una agria relación con su hermana mayor Paula (que también es
guardia civil, aunque con graduación de teniente) y, en general, una atmósfera
de frío y cotilleo que le resulta desagradable desde el primer minuto. Y el
caso que debe investigar, aparte de cenagoso, se complica con sus propios
dolores personales: su pareja acaba de morir, víctima de un cáncer.
Habilidoso
y firme, como un director de orquesta que manejase la batuta siempre de la
forma más adecuada, Pedro Martí mantiene en pie un circo de veinte pistas, que
se mezclan sin perder sus perfiles. Y créanme que la envergadura del proyecto
no era precisamente pequeña: sus retratos psicológicos o sus puntos de
inflexión en la trama son pura orfebrería. En este blog ya he dejado noticia de
novelas suyas como Donde lloran los demonios (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/01/donde-lloran-los-demonios.html) o La
pieza invisible (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/07/la-pieza-invisible.html). Pero
en esta ocasión, y qué alegría me da decirlo, ha superado la brillantez ya
incuestionable de esas primeras producciones, y ha logrado una novela
contundente y bien desarrollada, llena de momentos inolvidables y de páginas
espléndidas (incluso aquellas que, por sus revelaciones, llegan a provocar un
estremecimiento, casi vómito, en la persona que está leyendo). Yo les sugeriría
que se fijasen especialmente en la exploración que el autor realiza sobre la
capitán Alma Ortega y que nos muestra todas las luces y todas las sombras de un
personaje complejísimo, embriagador e inolvidable. Y también les sugeriría que
disfruten de la técnica de cajas chinas que el autor maneja a la perfección:
cuando ya crees haber resuelto el enigma, un elemento inexplicado te hace dudar
y surge otro pliegue; y, desvelado este, otro; y así sucesivamente, creando una
atmósfera de continuas sorpresas (y también de un asco que crece hasta la
asfixia en las últimas páginas y que llega a su clímax en la 612). No hay
tregua hasta el final.
Dice la RAE que “impetrador” es quien solicita algo con encarecimiento y ahínco. Bien, pues yo, aprovechando que “impetrador” es un anagrama de “Pedro Martí”, les solicito con encarecimiento y ahínco que se dejen llevar por la propuesta de esta obra y se den un paseo largo y profundo por la Almansa más novelesca: van a pasar unos días muy entretenidos. Palabra.
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