jueves, 26 de junio de 2025

Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya

 


Resulta imposible escribir sobre uno mismo sin escribir sobre los demás, porque incluso las personas más alejadas del trato con sus semejantes son seres poliédricos, que tienen amigos y enemigos, admiradores y detractores, paisaje humano a su alrededor. Y también resulta imposible escribir sobre uno mismo sin dibujar el alrededor, lo que Ortega y Gasset llama las circunstancias: la política, las costumbres, la sociedad. Ni somos burbujas ni vivimos en el éter. El periodista Patricio Peñalver (Espinardo, 1953), testigo y protagonista de tantos acontecimientos, publica ahora su libro Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya, que incide en esas ideas y que nos muestra el retrato personal y social de quien ha conocido la segunda mitad del siglo XX entre libros, películas, cervezas, luchas sindicales, canciones y viajes. Y la obra se lee, como no podía ser menos, con enorme agrado.

En primer lugar, porque descubrimos bastantes caras del poliedro Patricio que no conocíamos (esa plétora de trabajos juveniles, que lo llevaron a vivir experiencias como pintor, en una fábrica de hilaturas, elaborando ejes para motos, reparando ballestas de camiones, siendo dependiente en unos grandes almacenes, operario en la industria conservera del tomate, vendedor del Círculo de Lectores, falso electricista en las obras de construcción de El Corte Inglés, temporero en la vendimia francesa, empleado en la fábrica de cerveza Estrella de Levante, en una fábrica de globos… y les aseguro que la nómina no termina ahí). En segundo lugar, porque nos va indicando las rutas culturales que fueron horadando su alma: la música, la pintura, el cante de las minas o la literatura (donde los nombres de Miguel Hernández, García Lorca, Peter Handke o Julio Cortázar adquieren una dimensión especialmente significativa).

Pero también porque Patricio nos va dejando en los ojos sus amores, sus viajes por Europa, su afición a escribir en servilletas de los bares, los guateques a los que asistió, las películas que fueron llegando hasta sus retinas en cines de verano o pantallas de ordenadores, su servicio militar en Lorca, sus publicaciones en la prensa o los amigos con quienes va coincidiendo en cafeterías o presentaciones de libros: Diego Sánchez Aguilar, Manuel Moyano, Pedro García Montalvo, Eloy Sánchez Rosillo, Soren Peñalver…

El resultado es una vida que, tras palpitar bajo el sol, palpita ahora en forma de tinta; y, aunque a veces tienda a ser observada con cierta melancolía derrotada (“Siempre había gritado ¡Yo soy Espartaco! y por supuesto siempre había perdido”, p.145), se convierte en un texto luminoso y revelador, al que conviene acercarse.

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