Resulta
imposible escribir sobre uno mismo sin escribir sobre los demás, porque incluso
las personas más alejadas del trato con sus semejantes son seres poliédricos,
que tienen amigos y enemigos, admiradores y detractores, paisaje humano a su
alrededor. Y también resulta imposible escribir sobre uno mismo sin dibujar el
alrededor, lo que Ortega y Gasset llama las circunstancias: la política,
las costumbres, la sociedad. Ni somos burbujas ni vivimos en el éter. El
periodista Patricio Peñalver (Espinardo, 1953), testigo y protagonista de
tantos acontecimientos, publica ahora su libro Aunque parezca mi
autobiografía tal vez sea la tuya, que incide en esas ideas y que nos
muestra el retrato personal y social de quien ha conocido la segunda mitad del
siglo XX entre libros, películas, cervezas, luchas sindicales, canciones y
viajes. Y la obra se lee, como no podía ser menos, con enorme agrado.
En
primer lugar, porque descubrimos bastantes caras del poliedro Patricio que no
conocíamos (esa plétora de trabajos juveniles, que lo llevaron a vivir
experiencias como pintor, en una fábrica de hilaturas, elaborando ejes para
motos, reparando ballestas de camiones, siendo dependiente en unos grandes
almacenes, operario en la industria conservera del tomate, vendedor del Círculo
de Lectores, falso electricista en las obras de construcción de El Corte
Inglés, temporero en la vendimia francesa, empleado en la fábrica de cerveza
Estrella de Levante, en una fábrica de globos… y les aseguro que la nómina no
termina ahí). En segundo lugar, porque nos va indicando las rutas culturales
que fueron horadando su alma: la música, la pintura, el cante de las minas o la
literatura (donde los nombres de Miguel Hernández, García Lorca, Peter Handke o
Julio Cortázar adquieren una dimensión especialmente significativa).
Pero
también porque Patricio nos va dejando en los ojos sus amores, sus viajes por
Europa, su afición a escribir en servilletas de los bares, los guateques a los
que asistió, las películas que fueron llegando hasta sus retinas en cines de
verano o pantallas de ordenadores, su servicio militar en Lorca, sus
publicaciones en la prensa o los amigos con quienes va coincidiendo en
cafeterías o presentaciones de libros: Diego Sánchez Aguilar, Manuel Moyano,
Pedro García Montalvo, Eloy Sánchez Rosillo, Soren Peñalver…
El resultado es una vida que, tras palpitar bajo el sol, palpita ahora en forma de tinta; y, aunque a veces tienda a ser observada con cierta melancolía derrotada (“Siempre había gritado ¡Yo soy Espartaco! y por supuesto siempre había perdido”, p.145), se convierte en un texto luminoso y revelador, al que conviene acercarse.
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