A
veces, la crónica de una lectura es tan sorprendente que puede rozar las
fronteras de lo increíble. Me arriesgaré a contar la de esta novela, asegurando
su condición fidedigna… La compré en 2020, el año del coronavirus, y la leí con
absoluta avidez, porque la anterior obra del autor, Donde lloran los
demonios (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/01/donde-lloran-los-demonios.html), me
había gustado muchísimo. Como siempre, subrayé frases en el tomo, tomé notas en
unas hojitas y las metí en su interior. Acabada la locura de las mascarillas,
las distancias de seguridad, las vacunas, las hipótesis y los miedos, seguí
leyendo otros libros, otras novelas, otros volúmenes de relatos, otros
poemarios, otras piezas teatrales. Y el año pasado, mientras actualizaba el
blog con una nueva pestaña de búsqueda (los países de procedencia de los
autores), caí en la cuenta de que no había elaborado la reseña de La pieza
invisible. Me quedé con la boca abierta, porque no entendía la razón: el
libro me había gustado mucho, disponía de tiempo en abundancia cuando la leí
(lo que más teníamos en la pandemia eran horas libres) y suelo ser bastante
meticuloso con estos temas. Me desconcertó, pero tenía fácil remedio: coger el
libro, extraer las hojas con anotaciones y poner por escrito mi comentario…
Pero el libro no estaba en la estantería de la M (“Martí”). Pensé entonces que
quizá me había despistado y la había puesto en la P (“Parker”); y no, tampoco.
Por fin, la semana pasada se aclaró el misterio cuando pasamos unos días de
descanso en la casa playera de mis suegros: ¡allí estaba el libro! Total, y
para no hacerme pesado: que lo he vuelto a leer (para refrescarlo) y que, ahora
sí, lo reseño.
JODIDA MARAVILLA. Empecemos con esas dos palabras, para ahorrar tiempo a quienes deseen saber si el libro merece la pena. La merece. Es un auténtico monumento del género negro, una novela impecable en su construcción, excelente en su desarrollo y magistral en sus páginas últimas. Pedro Martí mima cada secuencia y mima la conexión entre ellas, de tal modo que con unas figuras densas y bien perfiladas (el atormentado César Giralt, su superior Enric Dávila, su compañera Dalia Torres, su joven sobrina Silvia), nos va engolosinando y nos va conduciendo por un laberinto que se vuelve tenebroso conforme nuestros pasos avanzan por él: policías corruptos, jefes irritables, peluqueras que en realidad esconden una identidad miedosa, rusos de mirada glacial, ancianas que esperan la muerte con nombre fingido, carpetas azules que no aparecen por ningún sitio, direcciones tachadas, un local de alterne… Permítanme que no sea más explícito, porque le quitaría una parte de su atracción a un libro que tiene muchísimas y no se merecen la frialdad del resumen o la avilantez del espóiler. Me limitaré a dar un punto de arranque: el ruso Venelin se ha suicidado y el policía Marcos Vidal desconfía de esa muerte. Poco después, él mismo aparece muerto por un aparente suicidio; y su esposa Celia, que ha pedido ayuda a César Giralt, termina también suicidándose. Partan de ese arranque misterioso y, se lo aseguro, se adentrarán en una novela espectacular, redonda, llena de giros y ciénagas, que cumplirá todas sus expectativas y que incluye, por ejemplo, la muerte más impresionante de una anciana que yo recuerdo haber leído en mi vida. No les digo más. Ahora es su turno de acercarse a la obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario