viernes, 19 de mayo de 2023

La hoja roja

 


Creo que cuando leí por primera vez La hoja roja, de Miguel Delibes, no acerté a entender del todo lo que estaba leyendo. Es normal: tenía algo así como quince o dieciséis años; y a esa edad no se comprenden todavía los vértigos de la finitud. Porque de eso trata, esencialmente, esta novela: de la forma en que la saliva se va espesando en la garganta cuando una persona llega al arrabal de la vejez y se da cuenta de que en el librillo de papel de fumar le sale la hoja roja. Es decir, la advertencia de que está a punto de llegarse al término de todo. Le ocurre así a don Eloy, un funcionario municipal de pequeña categoría que cumple los setenta y es invitado a abandonar su puesto de trabajo. Dos de sus amigos de toda la vida (Pepín Vázquez y Poldo Pombo) ya fallecieron; también lo hizo su esposa Lucita; y la misma suerte corrió su hijo Goyito… Y mientras intenta adaptarse a la nueva situación de “clase pasiva”, muere también su amigo Isaías (la escena que Delibes encuadra en el cementerio, durante su inhumación, es memorable). Solamente le quedan dos personas a las que aferrarse: su hijo León, que es notario y mantiene con él una actitud despegada, y su sirvienta Desi, una veinteañera pueblerina y de mente no muy brillante, que anda enamoriscada del Picaza, un mozo no menos basto que ella.

De la mano del narrador vallisoletano, acompañamos a don Eloy de visita a su antiguo trabajo (donde ya se lo ve con distancia e incluso con cierta aspereza), a la óptica de Pacheco (donde se le deja paulatinamente claro que estorba) y a otros lugares, en los que el anciano no encuentra ni felicidad ni sitio. Todo parece estar diluyéndose a su alrededor. ¿Qué le queda? ¿A qué se aferra? ¿Hacia dónde ha de dirigir los ojos, para no sucumbir a la tristeza más desoladora?

Una novela elegante y honda, llena de reflexiones sobre el paso inexorable de los años, que los lectores disfrutamos y aplaudimos, aunque a los no laístas (también hay que decirlo) nos sangren los ojos constantemente con la proliferación de esos chirridos gramaticales. Como se trata de don Miguel Delibes, claro está, se lo disculpamos.

2 comentarios:

Juan Carlos dijo...

Si hay una novela que durante la época difusa que lleva de la adolescencia a la primera juventud que quiere ser madurez sin llegar a serlo, esa es "La hoja roja" de Delibes. Me impresionó la imagen de la hoja roja que aparece en el librillo de papel de fumar anunciando el final del mismo. La vida metaforizada en ese librillo me acompaña desde que leí esta novela. La verdad es que a mí Delibes en ese época personal mía me tenía abducido. Leía sus novelas como un poseído: ""Diario de un cazador", "La sombra del ciprés es alargada", "Mi idolatrado hijo Sisí", "El camino", "Las ratas", "El príncipe destronado"... Si me paro ahora a pensar me doy cuenta de que quizás sea el escritor español del que más títulos he leído.
Delibes me encanta y como profesor lo he mandado leer infinidad de veces. Pero a lo largo de mis años como docente me he percatado de que ha envejecido mal, de que ya no gusta a los chicos como les gustaba hace 20 ó 30 años. Creo que el mundo que describe Delibes es un mundo ya desaparecido, un mundo que apenas dice nada a los jóvenes de hoy inmersos más en la inexistente Tierra Media que en la real y dura tierra de Castilla. En fin, la vida es así, qué le vamos a hacer.
Un abrazo

Luisa HD dijo...

Seguramente el anterior comentarista tiene razón, y Miguel Delibes, mi amigo Miguel, ha quedado algo desfasado en estos extraños tiempos, sobre todo para la gente joven.
Pero para mí es eterno. Tengo todos sus libros, la mayoría dedicados, qué suerte. Fue uno de los escritores que más me influyeron para querer "ser escritora" y una de las personas que mejor me enseñaron lo que era ser buena persona, discreto, educado, elegante. Con un sentido del humor de los que yo llamo "de media sonrisa", que me encanta. Su mujer era ejemplo de cariño y discreción. Una pareja perfecta, al menos, así lo veía yo. Cinco horas con Mario siempre me ha parecido un homenaje a su mujer. En fín, Rubén Castillo Gallego, que nunca me defraudas. Mil gracias y un abrazo.