Cuanto
mayor es el grado de dependencia que asumimos frente a una persona, mayor es el
desastre sísmico que nos zarandea cuando esa persona se aleja de nosotros o
fallece, porque justo en ese instante todos los asideros se vuelven jabonosos,
todas las esperanzas parecen diluirse y todos los pronósticos se tornan
aciagos. Es lo que le ocurrió (y en estas páginas nos deja una crónica
detallada) a Luis Antonio de Villena cuando su madre nonagenaria decidió que los
intensos dolores óseos que sufría ya no resultaban soportables y pidió que le
administraran una piadosa sedación. El escritor ya había superado los sesenta
años, pero (él mismo lo explica con detalle en esta obra) fue toda su vida un
“niño interminable” (p.169), porque su madre se esforzó en apartarlo de
cualquier preocupación de tipo económico, familiar o social. Esa burbuja
protectora se convirtió también, como ahora le resulta evidente, en burbuja desprotectora,
porque lo invalidó para la toma de decisiones o las habilidades prácticas de la
vida: compra o venta de vivienda, testamento, papeleos bancarios… Casada con un
hombre que pronto se reveló como “un manirroto, un claro mujeriego y un
señorito calavera” (p.34), que la engañaba con varias amantes y que despilfarró
su dinero en juergas, esta segoviana que nació en 1924 y se trasladó a Madrid
cuatro años después, convirtió a su hijo único Luis Antonio en el eje de su
existencia, generando en él una doble relación de dependencia y ahogo (“Mi
historia contigo, en aparente contradicción, es un buscarte apasionadamente,
necesitar tu cobijo y quererme quitar o liberar de ti, porque no era
enteramente libre bajo ese control”, pp.232-233). Hubo una altísima dosis de
amor (nunca sexual o enfermiza, según declara él), pero también un continuo
combate de discusiones, delimitación de fronteras y afirmación de su
personalidad. Y en esta relación central, palpitante, poderosa y enérgica, se
vieron acompañados por figuras imprescindibles, como la abuela Fermina, el chevalier
servant Luis Calzada (que intentó infructuosamente durante treinta años
convertirse en el nuevo esposo de su madre), los primeros amantes de Luis
Antonio (que ella aceptó con creciente normalidad) o las continuas menciones a
aquel padre decepcionante y castrador que terminaría muriendo de un cáncer de
laringe, cuidado por su piadosa, pero ya no enamorada, esposa.
Documento estremecedor, donde las luces y las sombras se van alternando, este Mamá de Luis Antonio de Villena, publicado por Cabaret Voltaire, se convierte desde el principio (lo descubre el lector muy pronto) en un documento psicológico y hasta psiquiátrico de primera magnitud, que nos permite adentrarnos por unos pasillos, no siempre cómodos, en los que se habla de dependencia, de cobijo, de recriminaciones, de silencios y de un vínculo poderoso e insondable (el amor entre una madre desengañada y firme y un hijo emergente y firme), que llenan las páginas de luz y de sombras, donde comprendemos que “la verdad siempre es adverbial” (p.150).
Un libro admirable, duro y necesario, que recomiendo leer después de haber contemplado en silencio, concentrándose en los ojos, la fotografía que este tomo nos ofrece del poeta.
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