Recuerdo
haber asistido en la universidad de Murcia a una espléndida charla de Juan
Espinosa acerca de su padre, de la que se me grabaron en la memoria varios
momentos sin duda memorables. Uno de ellos se produjo cuando Juan recordó la
pregunta que, según dijo, se quedó con las ganas de formular a su progenitor,
antes de que la muerte los separase: ¿Tú quién eres?”. Esa interrogación
perpleja es la que parece burbujear en la mente de todas las mujeres que, una
vez fallecido Yukihiko Nishino, se acuerdan de él. ¿Quién fue aquel niño, aquel
adolescente, aquel joven, aquel hombre, que resultaba tan fascinante, tan
brujo, tan indefinible? Gracias a las diferentes narraciones (sucesivas y
complementarias) de todas ellas, los lectores podemos ir reconstruyendo, con
paciencia, la efigie de aquel ser acuoso, lleno de encanto y silencios, huidas
guadiánicas, fragilidades y fortalezas: la forma en que bebía leche de los
pechos de su hermana (que acababa de perder un bebé y que los sentía
doloridos), su afición por meterse dentro de cilindros de cemento para estar
aislado, sus preguntas de niño grande (o de adulto desvalido), su confesada
incapacidad para enamorarse, el triste suicidio de su hermana, la torpeza o
gravedad de sus frases, su languidez y sus inexplicadas ausencias, la manera en
que sonaban sus palabras, los lugares tan variopintos en que lo conocieron o
trataron (parques, restaurantes, cursos de cocina, pisos estudiantiles)…
Nishino fue un misterio, porque todos lo somos. Pero, en su caso, la envoltura
de neblina fue mucho más notoria y más intensa, como si su vida adquiriese
perfiles de acuarela en la memoria de cuantas mujeres lo trataron.
Con
delicadeza inaudita, las páginas de Hiromi Kawakami nos involucran en un
origami de evanescencias, lágrimas, sobrentendidos y sedas, que embriaga de un
modo absoluto. En mi caso, me descubrí leyendo lento (no es mi
costumbre): era como si las páginas de la novelista tokiota hubieran logrado
reducir el número de mis pulsaciones cardíacas. No sé si me estoy explicando
demasiado bien. En lugar de esforzarme en convertir en palabras esta emoción,
los invito a que la prueben por sí mismos y que luego me digan.
Deliciosa obra, que traduce del japonés Gabriel Álvarez Martínez.
1 comentario:
Pero ¿se vuelve de la lenta braquicardia embriagadora, o te quedas atrapado? Me da miedo.
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