Es
posible que hasta la persona menos aficionada a la literatura o la política
haya escuchado alguna vez reflexiones sobre “las dos Españas”; es decir, sobre
esas dos facciones cabestras, cerriles y monolíticas que se han obstinado en
percibir la realidad nacional como un cortijo que debe amoldarse a sus propios
intereses y no salirse nunca de los cauces establecidos por su peculiar
ideología. Por mero reduccionismo, se suele fijar erróneamente ese panorama
hablando de derechas e izquierdas, pero se trata de algo más profundo, más
atávico, más complejo: se trata de dos perspectivas que impregnan el espíritu y
el cerebro de quienes las sustentan. César Vidal, en las páginas 11-12 de este
ensayo, dibuja con mucho tino una panorámica del problema: “La primera España
vendría caracterizada por el tradicionalismo, por la cerrazón ante las
innovaciones y ante las corrientes extranjeras y por el culto a la división
patria entre ellos (los verdaderos españoles) y los otros (es
decir, los malos españoles, los sin-Dios, los descreídos, los infieles). En
cuanto a la segunda, encontraría su definición en la apertura a otras
corrientes, en la disposición a considerar la historia pasada como un cúmulo de
errores que explicarían el desastroso presente patrio y en la disposición a
emprender cambios políticos y sociales que cambiaran totalmente el país”. El
gran problema siempre ha radicado en que ambas tendencias contemplaban a “los
otros” como un enemigo al que convenía sujetar en corto, aislar, preterir y, en
el peor de los casos (recuérdese la guerra civil de 1936), sojuzgar o
exterminar.
Pero
existe una tercera vía, tan admirable como aún no demasiado fructuosa, “que
pensó que esa fratricida división podía, debía, tenía que ser superada” (p.18).
Y esa tercera España, entrevista o soñada históricamente por autores que,
nacidos en la primera y en la segunda, comprendieron la necesidad de aunar todo
lo positivo y lo unificador de ambas, desechando sus odios y exclusiones, es la
protagonista absoluta de este libro, lleno de sensatez, buen juicio, análisis
ponderados y citas luminosas, por el que desfilan gentes de la talla de
Cisneros (“tan olvidado hoy por la primera España, que a veces ha visto con
resquemor su espíritu abierto, y por la segunda, que sólo contempla en él a un
cardenal y, por tanto, un adversario”, p.28), Miguel de Cervantes, Jovellanos,
Mariano José de Larra, Joaquín Costa, Antonio Machado, Manuel Azaña o Pedro
Laín Entralgo.
Lo
más sorprendente del volumen, sin duda, es la honestidad intelectual que el autor
exhibe en sus páginas, aplaudiendo por igual los gestos de tolerancia y de
concordia de personas surgidas en el seno de la Iglesia o, si nos centramos en
la guerra del 36, de pensadores que apoyaron a bandos distintos, pero que
fueron descubriendo de forma inexorable la necesidad de entender al otro, en
lugar de anhelar su silencio parcial o total; que fueron advirtiendo la altura
moral a la que se asciende cuando la comprensión, el diálogo y la convivencia
logran imponerse a la brusquedad, el desprecio o el odio.
Un trabajo para leer con un lápiz en la mano, para subrayar y anotar.
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