Faltan
apenas dos horas y cuarto para que el mundo termine y debes decidir qué vas a hacer
con ese tiempo. Puedes llorar, puedes cumplir algún sueño que te quede
pendiente, puedes abrazar a la persona amada, puedes emborracharte... Ernesto
Ortega nos lanza una propuesta alternativa: ¿por qué no leer un libro? El que
tenemos entre las manos, sin ir más lejos, nos ocupará más o menos esos ciento treinta
minutos: es una obra ágil, con relatos que se desarrollan en todo tipo de
escenarios (desde desiertos hasta dormitorios, desde puticlubs hasta avionetas,
desde terrazas de verano hasta habitaciones de hospital, desde apartamentos
vacíos hasta islas a punto de ser destruidas) y cuyo lenguaje es fresco y
actual. ¿Acaso no es proposición tentadora?
Les
adelanto mi respuesta: sí que lo es.
En
el libro 2 horas, 15 minutos para el fin del mundo (editado por
Talentura), el escritor de Calahorra pone en nuestras manos un admirable
conjunto de relatos, llenos de humor e intensidad narrativa, y que nos
sorprenden con sus hallazgos, tanto literarios como psicológicos. A veces,
jugará con la libido del lector a través de una doble (o múltiple) fantasía
erótica, como ocurre en “Ensueños”; a veces, nos pedirá que acompañemos a un
preso mientras camina con paso vacilante hacia la silla eléctrica donde habrá
de ser ejecutado si no lo impide antes ninguna autoridad (“Los últimos 100
metros”); a veces, dificultará que la saliva baje por nuestra garganta,
conociendo la historia de unos mensajes telefónicos terribles, tristes y
unilaterales (“Llamadas perdidas”); a veces, en fin, descubriremos por qué una
mujer de cincuenta años, que había abandonado el tabaco con éxito mucho tiempo
atrás, recae en su adicción a la nicotina (“Pequeños vicios ocultos”).
Preciso y vigoroso a la hora de trazar ambientes y caracteres, el autor riojano nos embriaga con estas dieciséis historias, donde casi todas las emociones humanas encuentran cabida y dibujo. De tal forma que sí: si descubren que disponen de dos horas y quince minutos por delante (aunque no necesariamente porque el mundo se acabe: puede valer un viaje en tren, o una espera hospitalaria, o una tarde libre con ventanales luminosos y café), sumérjanse en las páginas de este libro. Descubrirán a un autor excelente.
1 comentario:
Tomo nota del nombre de este riojano, Ernesto Ortega. No lo conozco de nada, pero leyendo tu reseña sé que escribirá bien y variado. A ver si lo leo.
Un fuerte abrazo, Rubén
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