martes, 21 de junio de 2022

Nuevas odas elementales

 


Fui, durante mi juventud, lector fervoroso de Pablo Neruda. Devoré todos sus libros (pero no como aquel político que juraba haberse empapuzado las obras completas de Lope: yo sí que me leí de verdad las de Neruda) e incluso escribí sobre algunos de ellos, en revistas, congresos y sitios así. Ahora, desde la distancia de la madurez, vuelvo a las célebres Nuevas odas elementales, sabiendo lo que me voy a encontrar (adiós al “factor sorpresa”); y reconozco que las he disfrutado serenamente. Es decir, sonriendo con sus innegables aciertos, cabeceando admirativo ante algunos de sus versos y, también, disculpando con benevolencia los clichés efectistas que, colocados aquí y allá, en mi juventud me pasaron inadvertidos por bisoñez lectora.

Neruda sabía lo que estaba haciendo y lo hizo con destreza. Su estilo era potente y millonario en lujos verbales (sobre todo, adjetivaciones y metáforas); y creo que hay que leerlo sin prejuicios y en la juventud, para sentir su deslumbramiento de amanecer y música (Tagore pertenece al mismo ámbito). Cómo no sentirse feliz al comprobar que, para el insigne autor chileno, el diccionario es “la bodega del vocabulario”; el mar es “el profundo hotel de las sirenas”; o la lluvia una “transparencia oblicua de hilos”. Docenas de fórmulas de ese tipo pueden ser subrayadas en el libro por el joven lector.

La magia de Neruda me ha devuelvo a la juventud. Releerlo ha sido quitarme años del DNI y reverdecer emociones que apenas estaban inauguradas. Que Dios lo bendiga.

No hay comentarios: