lunes, 27 de junio de 2022

Mrs. Caldwell habla con su hijo

 


Treinta años después, releo Mrs. Caldwell habla con su hijo, de Camilo José Cela, que en su día leí en una pobre (pero muy amada) edición de la editorial Salvat y que ahora revisito en la más luminosa y moderna edición de Destino. Torturada por una imagen atroz que la persigue, día y noche, la señora Caldwell encuentra su salvífica liberación escribiendo (y describiendo) lo que siente, plasmando en el papel hasta el más nimio detalle de su relación con Eliacim (el hijo que se le ahogó en el mar Egeo). Al final, fallecida en la locura, termina pagando su obsesión con el más cruel de los abandonos, con la más solitaria de las muertes. Puede que también con la más fervorosa y pura de las adoraciones.

La obra vuelve a dejarme, como lo hizo entonces, un estupendo sabor de boca, aunque sigo pensando lo mismo que entonces: que no es una novela. Como es natural, no se trata de una recriminación (sería absurdo), sino de una precisión: Poeta en Nueva York o Campos de Castilla no son novelas; El tragaluz no es una novela; Si esto es un hombre no lo es tampoco. ¿Por qué la obsesión de etiquetar este libro con semejante rótulo? Lo ignoro. Si aceptásemos que Mrs. Caldwell es una novela tendríamos que aceptar que Platero y yo también lo es. No lo juzgo sensato. Yo lo dejaría en que es un interesante y sorprendente libro.

Subrayé entonces (y siguen agradándome ahora) estas cuatro frases de la obra: “La discusión, como el amor y el afán de mando, me parece un claro signo de deficiencia mental”. “El amor al trabajo es un grave pecado… No amemos las maldiciones de Jehová. No caigamos en la blasfemia”. “Detestar de todo corazón es algo para lo que se precisa un paciente e incluso sacrificado entrenamiento”. “El matrimonio es sucio e impuro; el estado perfecto del hombre y la mujer es el del noviazgo. El matrimonio mata el amor, o por lo menos, lo hiere de mucha gravedad”.

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