De
vez en cuando, el azar ha puesto delante de mis ojos la obra literaria de algún
autor que al principio me gusta, después me convence y finalmente termina
convirtiéndose en adictivo. El caso de Jesús Zomeño es una buena muestra. Lo
conocí por sus cuentos sobre la Iª Guerra Mundial, que me fascinaron, y desde
entonces he procurado leer sus páginas, que siempre me embriagan con su alta
calidad y con su solidez de mármol. Recientemente, la generosidad de la editorial
Contrabando y la del propio autor han hecho que llegue a mis manos una novela
que lleva por título El 53 de Gilmore Place y que es la segunda que
publica el autor albaceteño.
Es
un texto rico, ambicioso y poliédrico, que tiene como protagonista central al
mismo personaje que ya conocíamos desde El cielo de Kaunas y que se
desarrolla en mi opinión en tres planos fundamentales: el primer plano lo
constituye la vida profesional del protagonista, un policía incómodo para sus
compañeros y al que todos están sometiendo a una presión laboral casi
insoportable (una oficina mal iluminada, atención a ciudadanos locoides,
presencia de bichos en los cajones), que culminará con atentados personales de
mayor crudeza y peligrosidad; el segundo plano se centraría en el vínculo que
establece con Adam, un escocés que vive en Edimburgo y que ha descubierto en el
patio de su casa los restos de un antiguo cadáver, cuya identidad querría
esclarecer; el tercero, la novela que el policía está escribiendo y que,
ambientándose en la casa de Adam (el número 53 de Gilmore Place), fantasea con
un novelista que se instala allí para resolver un viejo asunto. Ese triple
juego (mobbing, investigación, escritura) obliga a Jesús Zomeño a orquestar y
mantener un delicado equilibrio narrativo que no sofoque ni aturda a los
lectores, mientras les va ofreciendo los distintos ingredientes de la historia;
y a fe que lo consigue con una elegancia, una calidad y un magnetismo
insuperables.
El lector que fije su mirada en el libro observará que una bomba SC 250 aparece en su cubierta. No es ilustración caprichosa, sino bien significativa, porque es la protagonista de uno de los planos novelescos. Alrededor de ella construye nuestro novelista un espacio metafórico de alta intensidad, que les invito a descubrir. Si quieren conocer a Mateo, a Agus, a Devdan, a la señora Bridges, a Albert Ginestà, a Cadence Hewitt o a Wade Crane, no duden en adentrarse en esta novela densa y sugerente. Piérdanse en sus laberintos. Saldrán deslumbrados.
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