Después de varios libros suyos leídos en las últimas dos
décadas (Las brujas, Charlie y la fábrica
de chocolate, Matilda), ya tenía ganas de incluir a Roald Dahl en este
Librario, por motivos literarios y también por motivos de gratitud emocional. Y
la ocasión ha llegado cuando mis hijos pequeños me han pedido que les lea por
las noches estos Cuentos en verso para
niños perversos, que publica el sello Alfaguara con ilustraciones de
Quentin Blake y traducidos por Miguel Azaola (sin duda, buena parte del mérito
de estos relatos hay que atribuírsela a él, feliz conversor de ritmos y rimas).
En las páginas que el escritor galés nos propone nos
encontramos con variantes muy graciosas y significativas de las historias
tradicionales que nos contaron o leímos en nuestra propia infancia, y que ahora
quedan adornadas con pinceladas asombrosas. Así, Cenicienta optará por no
quedarse con el príncipe (demasiado veleidoso y violento) y se terminará
casando con un fabricante de mermeladas; Juan descubrirá en el cuento de las
habichuelas mágicas que la higiene corporal tiene una enorme importancia para
sobrevivir; Blancanieves, tras robar el espejo de su malvada madrastra,
conseguirá hacerse multimillonaria usándolo para apostar en las carreras; y
Caperucita comprobará lo calentita que se puede ir por el bosque tras usar la
piel del lobo para hacerse un mullido abrigo.
Versiones gamberras, desinhibidas y pizpiretas que, utilizando el núcleo temático original, imprime un sello sorprendente a media docena de relatos clásicos. Los niños, puedo garantizarlo, se divierten mucho con estas propuestas.
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