La meta que se impone Carmen Martín Gaite en este libro es tan sencilla de
entender como difícil de cumplir: la edificación de una atmósfera. Desarrollar
un argumento lo hace cualquier escritor, incluso los mediocres; trazar con tino
y belleza el dibujo interior de los protagonistas es un ámbito en el que
solamente brillan los buenos; concebir y trasladar atmósferas es ya tarea de
maestros. Lo hizo Kafka en El proceso;
lo hizo Jünger en Eumeswil; lo hizo
Miguel Espinosa en Escuela de mandarines.
En estas páginas nos encontramos con una serie de personajes que se
hospedan en un balneario, pero el efecto psicológico que consigue la escritora
salmantina es mucho más rotundo: parece que vivan desde siempre en el balneario. Parece que sean el balneario. Están tan integrados en sus pasillos, en sus
ventanales, en sus jardines lánguidos, en sus sillas colocadas al sol, en su
personal de servicio que aparece y desaparece por los sitios más inesperados,
que se nos antojan actores sobre un escenario simbólico, rodeado por la niebla.
De esa forma, lo que menos importa al final es qué ocurre argumentalmente, porque nos
está mostrando (esculpiendo, diríamos) un universo paralelo, distinto, en el
que los sucesos adquieren una dimensión especial, anómala. Los visitantes son
siempre percibidos con ojos de extrañeza, con una cierta prevención hostil,
porque no constituyen el balneario.
Un experimento narrativo, resuelto con eficacia, por el que la novelista
obtuvo el premio Café Gijón en 1954.
1 comentario:
A mi me gustó muchísimo este libro, puede que fuera por que lo leí cuando el COU era el trampolín para tirarse de cabeza a un mundo lleno de posibilidades, y hasta las lecturas marcaban el doble que en la madurez. Guardo muy buen recuerdo de la novela.
Un besito y Feliz Finde!
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