Lo dijo
William Shakespeare, por la boca del príncipe Hamlet: “Hay más cosas en el
cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas por tu filosofía”. Y
lo podríamos repetir después de terminar esta novela de Manuel Moyano, que se
titula La hipótesis Saint-Germain y que
obtuvo hace no muchos meses el XVII premio Carolina Coronado de novela.
Desde el
principio, con esa capacidad mágica que tiene el escritor cordobés para erigir
atmósferas de la más delicada y convincente textura, nos vemos inmersos en una
asombrosa concatenación de sucesos: el editor Daniel Bagao, director de la
revista esotérica Mundo Oculto,
recibe la visita del desmañado Ismael Koblin, quien asegura haber descubierto
la actual identidad del escurridizo conde de Saint-Germain, aquel personaje
que, desde el siglo XVIII, ha sido visto en varios países y por diferentes
personas, y a quien se atribuye el don de la eterna juventud. Según afirma,
ahora se hace llamar Joseph Curran, y es un conocido y misterioso
multimillonario que vive en Estados Unidos, alejado de cualquier forma de
publicidad. Bagao, que se muestra escéptico ante estas revelaciones pero que no
pierde su olfato comercial, le concede un cierto margen de maniobra a su
estrafalario visitante, para que prosiga sus investigaciones. Pero muy pronto
comenzarán a acumularse las perplejidades, los nuevos descubrimientos… y las
contundentes amenazas de Curran, a través de uno de sus sicarios.
Decir que
la novela es magnética se antoja insuficiente: es un maravilloso reloj
narrativo, en el que Manuel Moyano ha vertido sus mejores habilidades como
documentalista, como ingeniero de la trama y como prestidigitador de la
intriga. Y todo ello, huelga precisarlo, con la prosa excepcional que ya conocemos
por sus libros anteriores.
Durante
las primeras doscientas treinta páginas, el lector queda hechizado por la
inquietante solidez del argumento, que apenas concede (y es un elogio)
respiros. Pero cuando se adentra en las cuarenta últimas es cuando el novelista
lo deja clavado al asiento y sin poder apartar los ojos de las líneas. Es tal
el despliegue de fantasía y la magnitud científica e histórica de lo que cuenta
Manuel Moyano que lo sumerge en un crescendo difícilmente superable, del que
emerge como dijo Julio Cortázar que salió de las páginas de Paradiso: con los pulmones a punto de
explotar.
Insisto e insistiré: por su imaginación, por su léxico siempre luminoso, por su sintaxis fluente, por la sabiduría de su ritmo novelesco, Manuel Moyano es uno de los mejores narradores vivos de nuestro idioma. Dicho queda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario