sábado, 11 de noviembre de 2017

La hipótesis Saint-Germain



Lo dijo William Shakespeare, por la boca del príncipe Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que han sido soñadas por tu filosofía”. Y lo podríamos repetir después de terminar esta novela de Manuel Moyano, que se titula La hipótesis Saint-Germain y que obtuvo hace no muchos meses el XVII premio Carolina Coronado de novela.
Desde el principio, con esa capacidad mágica que tiene el escritor cordobés para erigir atmósferas de la más delicada y convincente textura, nos vemos inmersos en una asombrosa concatenación de sucesos: el editor Daniel Bagao, director de la revista esotérica Mundo Oculto, recibe la visita del desmañado Ismael Koblin, quien asegura haber descubierto la actual identidad del escurridizo conde de Saint-Germain, aquel personaje que, desde el siglo XVIII, ha sido visto en varios países y por diferentes personas, y a quien se atribuye el don de la eterna juventud. Según afirma, ahora se hace llamar Joseph Curran, y es un conocido y misterioso multimillonario que vive en Estados Unidos, alejado de cualquier forma de publicidad. Bagao, que se muestra escéptico ante estas revelaciones pero que no pierde su olfato comercial, le concede un cierto margen de maniobra a su estrafalario visitante, para que prosiga sus investigaciones. Pero muy pronto comenzarán a acumularse las perplejidades, los nuevos descubrimientos… y las contundentes amenazas de Curran, a través de uno de sus sicarios.
Decir que la novela es magnética se antoja insuficiente: es un maravilloso reloj narrativo, en el que Manuel Moyano ha vertido sus mejores habilidades como documentalista, como ingeniero de la trama y como prestidigitador de la intriga. Y todo ello, huelga precisarlo, con la prosa excepcional que ya conocemos por sus libros anteriores.
Durante las primeras doscientas treinta páginas, el lector queda hechizado por la inquietante solidez del argumento, que apenas concede (y es un elogio) respiros. Pero cuando se adentra en las cuarenta últimas es cuando el novelista lo deja clavado al asiento y sin poder apartar los ojos de las líneas. Es tal el despliegue de fantasía y la magnitud científica e histórica de lo que cuenta Manuel Moyano que lo sumerge en un crescendo difícilmente superable, del que emerge como dijo Julio Cortázar que salió de las páginas de Paradiso: con los pulmones a punto de explotar.
Insisto e insistiré: por su imaginación, por su léxico siempre luminoso, por su sintaxis fluente, por la sabiduría de su ritmo novelesco, Manuel Moyano es uno de los mejores narradores vivos de nuestro idioma. Dicho queda.

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