Leer y entender a Emil Cioran siempre es un problema. Imagino que leer
y entender a cualquier filósofo auténtico siempre lo es. Y escribir sobre lo
leído, doble problema, porque notas el impulso de glosar sus argumentos, de
explicarlos, de traducirlos a un léxico que no es el suyo y, por tanto,
calibras la posibilidad de falsear sus ideas. La sensación que siempre me
provoca Cioran es espesa, y mezcla unas nociones contradictorias o difícilmente
sumables: lucidez, fiereza, nihilismo, insobornabilidad, amplitud, amargura,
extremismo… Parece que se hubiera empeñado en desollarse a sí mismo y en abrir
los ojos hasta unos límites inhumanos,
para ver más allá. Siempre más allá. Más lejos y más hondo. Sin muletas, sin
disfraces, sin subterfugios, sin resignaciones, sin misericordia. Es el suyo un
escalpelo terrible, que acongoja por su imperturbabilidad. A partir de ahí,
ponerle etiquetas es tan tentador como falso. No las admite. Ninguna lo traduce
de forma completa o adecuada. Acabas sus textos y notas el acíbar en la
garganta o en la boca del estómago. Y sientes que lo has entendido, aunque no en
todas las ocasiones compartas sus análisis y aunque seas incapaz de verbalizar
tus razones a favor o en contra. Cioran edifica y clausura su universo. Tú eres
un invitado que contempla y traga saliva, leyendo sus frases.
En este volumen me ha llamado la atención, además, el modo duro y
certero que despliega para acercarse a la figura de Jean-Paul Sartre, al que
crucifica con una definición marmórea: “Ningún problema se le resiste, ningún
fenómeno le es ajeno, ninguna tentación le deja indiferente: todo lo parece
digno de ser abordado y vencido, desde la metafísica al cine. Es un empresario
de la filosofía, de la literatura, de la política; su éxito sólo tiene una
explicación y un secreto: la falta de emoción”.
Pero dejemos que sea Cioran quien se explique a sí mismo, con sus
filigranas, sus paradojas y sus frases de amarga brillantez: “ No es tarea
ardua estar loco: basta con una adhesión total a cualquier cosa” / “Tener una
fe –cualquiera– es matar el conocimiento” / Sólo debemos sostener una opinión
si no nos queda más remedio” / “El heroísmo sólo es desesperación que acaba en
monumento público” / “Cuando asistimos, llegada la hora de las confesiones, a
la de un amigo o cualquier otro desconocido, la revelación de sus secretos nos
llena de estupor. ¿Debemos considerar sus tormentos drama o farsa? Depende
únicamente de la benevolencia o la exasperación de nuestra fatiga” / “Jesús ha
sido la víctima más vengada de todas las que conoce la historia” / “La hazaña
más osada y la menos previsible del espíritu liberado de todo es su posición vertical, cuando el amasijo de
incertidumbre con el que carga su osamenta debería llevarlo a soñar con todas
las camas y todas las tumbas. Cuando todo invita a la caída, perseverar sobre
dos piernas, obstinarse en la postura ordinaria, implica un esfuerzo que va más
allá del heroísmo” / “Somos demasiado pequeños para nuestras llamas; no tenemos
materia suficiente para nuestro infierno” / “Sólo Dios y el gusano tienen una
posición clara: uno crea y el otro devora la creación. Escindidos entre ambos,
carecemos de misión definida” / “Somos cadáveres que no quieren morir” / “Al
hombre sólo le queda la necesidad de aniquilarse entre sollozos, de revolcarse
en ellos presa de una demencia consciente y destructora” / “Ya no me queda
fuerza para coaligarme con la vida contra la muerte” / “El aire ya no se
renueva: ha pasado por todos los pulmones, ha quedado infectado para siempre
por el tiempo, apesta a criatura” / “El mundo sólo es un subproducto de nuestra
tristeza” / “Respecto a los demás, sólo me reconozco el deber de ironía. La
soledad comienza con el desprecio y termina con la indiferencia” / “Nos vemos
obligados a perseverar en la respiración, a sentir el aire quemar nuestros
labios, a acumular pesares en el corazón de una realidad que no hemos deseado”.
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