Leo en la editorial Tusquets una traducción que
Rodolfo Hinostroza realiza de la colección de relatos Los perros, el deseo y la muerte, de Boris Vian. Y me quedo con la
boca abierta a causa de sus errores. No me refiero, claro está, a errores en la
traducción (no he leído el original, ni mi dominio de la lengua francesa da
para tanto); sino a disparates gramaticales castellanos que no entiendo cómo el
sello Tusquets reprodujo sin tomarse la molestia de corregirlos. Que se
inserten en el texto expresiones como “pendejo” (p.27), “huevón” (p.28), “qué
vaina” (p.35), “nomás” (p.74) y otras así revela que el traductor no nació
precisamente en Navalmoral de la
Mata , pero bueno, eso es admisible. Lo que ya no lo resulta
tanto es que infame un libro del prestigioso sello catalán con salvajadas como
“detrás mío” (pp.13 y 14) y “detrás nuestro” (p.16); que nos hable de unos
escalones y nos describa “el chirrido del catorceavo” (p.35) y algunas más de
parecido cuño. No haré más sangre con ellas, pero son infumables.
Los cuentos de Boris Vian que se recopilan en el
volumen (y aquí ya entramos en el terreno de la pura opinión, que ya es
discutible) tampoco es que sean nada del otro mundo: una mujer que se excita
sexualmente atropellando perros y que pronto necesita una dosis más alta de
adrenalina, pasando a su primera víctima humana (“Los perros, el deseo y la
muerte”); un apacible lobo que, tras ser mordido por un licántropo, se
transforma las noches de luna llena en un ser humano y descubre su faceta más
salvaje (“El lobo feroz”); una ciudad que se ve envuelta por una extraña niebla
afrodisíaca, que provoca orgías en cada calle, en cada tienda, en cada rincón
(“El amor es ciego”); un esquiador que disfruta de la contemplación de tres
hermosas jóvenes lesbianas que, desnudas y juguetonas, se magrean en la nieve
(“El mirón”); un científico que crea un robot capaz de características tan
humanas que se termina encaprichando eróticamente de la ayudante y amada de su
creador (“El peligro de los clásicos”); etc.
Total, que entre los defectos de forma (muchos) y
la insulsa condición del fondo no estoy como para repicar campanas con este
libro, qué le vamos a hacer.
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