Decía Ovidio en su Arte de amar que los detalles cautivan siempre a las personas
delicadas. Y, salvando las inevitables distancias y colocando todas las
comillas que ustedes quieran, me ocurre algo parecido con los libros de poesía:
hay ciertos destellos, ciertos adjetivos, ciertas imágenes que, sin ser en sí
mismos demostración de calidad literaria objetiva, me hacen advertir que me
encuentro ante alguien que escribe de verdad. Reconozco que persigo esas luces
desde que abro cualquier volumen. Y si no las he encontrado en la página 10 me
invade la sensación de que el autor o autora no tiene muchas cosas que decirme
y suelo abandonar.
Por fortuna, cuando llegó a mis manos el breve
libro de poemas que lleva por título Pequeños
desnudos, la revelación se produjo antes de esa hoja fatídica. El autor no
me resultaba conocido (Aníbal García Rodríguez); el sello que lanzaba la obra
era el ayuntamiento de la localidad andaluza de Peligros, en colaboración con la Diputación de Granada;
y el refrendo con el que partían los versos era que habían logrado alzarse con
el premio poesía Villa de Peligros del año 2013. La apertura de la obra no
puede ser más llamativa: el poema “Que la vida te trae dignamente”, dulce y
lánguido, enjoyado de buenos deseos para la persona que lee, a quien se desea
un trayecto vital lleno de venturas. Rara vez me he encontrado un pórtico tan
redondo para abrir un libro. Después llega a nuestros ojos “La despedida”,
donde nos cuenta el delta de una casa familiar, distribuida entre los herederos
tras la muerte de sus propietarios. Es un texto que resulta emocionante sin
caer en excesos, y que se lee con conmovida paz. Y en tercer lugar (no iré más
lejos en la enumeración) aparecen las
líneas poéticas de “1978” ,
conseguido retrato de una época en la que se produjo la muerte de Santiago
Bernabeu, se ratificó la
Constitución y todo tenía aún el aroma de lo endeble y lo
provisional. Un país en el que “el miedo era un cuchillo que segaba las calles”
y en el que “todo era blanco y negro / salvo el lápiz de labios de Olivia
Newton-John” (sirvan esas dos imágenes para ilustrar lo que comentaba justo al
inicio de la reseña).
A partir de ese instante, y sin bajar el nivel
lírico de sus composiciones, Aníbal García Rodríguez nos entregará todo tipo de
poemas deliciosos: la radiografía de un edificio donde viven todo tipo de
personas golpeadas por la tristeza (“Detrás de las paredes”); la languidez de
un profesor que continúa con sus actividades académicas mientras espera una
llamada de amor de alguien que no pulsará nunca su número en el teléfono (“Hoy,
la soledad”); el aislamiento en el que vive una anciana, con la única compañía
de sus viejos muebles y de una medalla que cuelga de su pecho (“Soledad, la
señora del primero”)... Y todo ello, aderezado con hermosas y oportunas referencias
literarias a Blas de Otero, Manuel Vázquez Montalbán, Ángel González o Jaime
Gil de Biedma; o a músicos como Yann Tiersen o los míticos Pink Floyd.
Un poemario, sin duda, muy hermoso y muy completo,
que demuestra el tino del jurado de este premio, que el año pasado condecoró a
otro excelente escritor: el almeriense Diego Reche.
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