Cuando una colección sólida, veterana y exquisita
como lo es Austral publica todos los relatos breves de un escritor y les coloca
un estupendo prólogo de ciento cincuenta páginas (firmado por el profesor
Enrique Turpin), es que se está refrendando un hecho bien conocido por miles de
lectores y que ya no admite discusión: que el catalán Juan Marsé es un clásico
vivo de las letras españolas del siglo XX. Haber escrito Si te dicen que caí ya lo hubiera hecho merecedor de esa etiqueta;
y habernos regalado Últimas tardes con
Teresa, también; e igualmente se le otorgaría ese título por aquella
delicia titulada El embrujo de Sanghai.
Pero es que Marsé, además de esos tres prodigios narrativos ha enriquecido
nuestra sensibilidad con La oscura
historia de la prima Montse o Rabos
de lagartija. Y, obviamente, con sus cuentos.
En este tomo recopilatorio veremos a Juanito Marés
resolviendo enigmas de orden policíaco (“Historia de detectives”); asistiremos
a la disputa técnica e intelectual entre un guionista y el director de una
película (“El fantasma del cine Roxy”); reiremos con (o sentiremos lástima de)
un militar ciertamente obtuso (“Teniente Bravo”); gozaremos con el humor
socarrón con el que disecciona a la gauche
divine catalana (“Noches de Boccaccio”); y muchas otras propuestas
cinceladas con una prosa de excepción, que embriaga con la delicia de su música
y con la cercanía humana de sus protagonistas.
En el relato “Parabellum” (germen, como señala con
tino Enrique Turpin, de la novela La
muchacha de las bragas de oro, con la cual obtendría el premio Planeta en
1978), la deslenguada Mariana le dice a Luys Ros que él es, fundamentalmente,
un farsante bien parido. Y quizá Marsé también lo sea: un bien parido
constructor de farsas. “Su cara de boxeador muestra a las claras su
irreductible individualismo, la solidez de sus convicciones y la fuerza
innegable de su obra. Es, aunque no lo parezca, un peso pesado con la forma de
un peso pluma”. Así lo definía en 1986 la desaparecida revista “El Urogallo”. Y
desde entonces no ha hecho sino muscularse más y crecer como narrador. Hay que
ponerse en pie cuando se abre un libro de Juan Marsé. Yo lo hago.
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