domingo, 7 de septiembre de 2014

El vigilante del fiordo



Decir que un libro de Fernando Aramburu me ha gustado o me ha sorprendido es absurdo e innecesario: todos los suyos lo hacen. Pero sí que es verdad que El vigilante del fiordo (2011) me ha resultado especialmente seductor. El volumen es una colección de ocho relatos donde el escritor donostiarra demuestra que su calidad de prosa y su inteligencia compositiva son muy notables. A veces, nos hablará de personas que huyen de unos perseguidores innominados (¿tal vez de ETA?) y que se refugian en el sur, donde el mar no se parece en nada al que ellos tenían en el Cantábrico (“Chavales con gorra”); o del estupor, la ternura y el desconcierto que asaltan a un hombre cuando observa, desde la ventanilla del Metro, cómo una mujer se deshace en lágrimas en una estación (“La mujer que lloraba en Alonso Martínez”); o nos ofrece un fresco espeluznante sobre la masacre del 11-M en Madrid, enlazando pequeñas historias a modo de cuentas de un collar o diapositivas, llenas de cotidianidad y ternura, mientras flota por encima todo el dolor, toda la repulsión, todo el espectáculo espantoso de aquella infamia (“Carne rota”); o nos cuenta las vacaciones que pasa Fede con su padre en una autocaravana (“Lengua cansada”)...
Las dos narraciones que más me han gustado del tomo han sido “Nardos en la cadera” (historia de dos ancianos que se ven envueltos en una cita a ciegas organizada por familiares, pero que se termina resolviendo de una forma muy original e insospechada) y la que da título a la recopilación (en la que nos habla de Abelardo, antiguo funcionario de prisiones cuya madre fue asesinada por ETA con una bomba y que ahora está ingresado en un hospital psiquiátrico. Él cree que, de vez en cuando, se va de viaje a Noruega, donde trabaja vigilando un fiordo para evitar ataques terroristas).

Todas las historias contenidas en este libro están muy bien contadas, con piezas que bailan en el tiempo y en el espacio, y que se combinan de forma sutil sin revelarnos todos sus trucos hasta el final. Propietario de una magia única para contar historias, Fernando Aramburu se yergue en El vigilante del fiordo hasta una altura de auténtico maestro del género.