Decir que un libro de Fernando Aramburu me ha gustado o me ha sorprendido es absurdo e innecesario: todos los suyos lo hacen.
Pero sí que es verdad que El vigilante
del fiordo (2011) me ha resultado especialmente seductor. El volumen es una
colección de ocho relatos donde el escritor donostiarra demuestra que su
calidad de prosa y su inteligencia compositiva son muy notables. A veces, nos
hablará de personas que huyen de unos perseguidores innominados (¿tal vez de
ETA?) y que se refugian en el sur, donde el mar no se parece en nada al que
ellos tenían en el Cantábrico (“Chavales con gorra”); o del estupor, la ternura
y el desconcierto que asaltan a un hombre cuando observa, desde la ventanilla
del Metro, cómo una mujer se deshace en lágrimas en una estación (“La mujer que
lloraba en Alonso Martínez”); o nos ofrece un fresco espeluznante sobre la
masacre del 11-M en Madrid, enlazando pequeñas historias a modo de cuentas de
un collar o diapositivas, llenas de cotidianidad y ternura, mientras flota por
encima todo el dolor, toda la repulsión, todo el espectáculo espantoso de
aquella infamia (“Carne rota”); o nos cuenta las vacaciones que pasa Fede con
su padre en una autocaravana (“Lengua cansada”)...
Las dos narraciones que más me han gustado del tomo
han sido “Nardos en la cadera” (historia de dos ancianos que se ven envueltos
en una cita a ciegas organizada por familiares, pero que se termina resolviendo
de una forma muy original e insospechada) y la que da título a la recopilación
(en la que nos habla de Abelardo, antiguo funcionario de prisiones cuya madre
fue asesinada por ETA con una bomba y que ahora está ingresado en un hospital
psiquiátrico. Él cree que, de vez en cuando, se va de viaje a Noruega, donde
trabaja vigilando un fiordo para evitar ataques terroristas).
Todas las historias contenidas en este libro están
muy bien contadas, con piezas que bailan en el tiempo y en el espacio, y que se
combinan de forma sutil sin revelarnos todos sus trucos hasta el final. Propietario
de una magia única para contar historias, Fernando Aramburu se yergue en El vigilante del fiordo hasta una altura
de auténtico maestro del género.
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