jueves, 18 de septiembre de 2014

La casa del rojo



Es curioso que, sin haber leído ninguna novela de Miguel Sánchez-Ostiz (no lo digo con orgullo, ni con vergüenza: es una simple constatación literaria), me haya animado a leer su extenso diario de los años 1995-1998: casi medio millar de páginas. El tomo se titula La casa del rojo y me lo regaló hace tiempo mi gran amigo Pepe Colomer, que es un fino degustador de buenos escritores. Diré, como conclusión general, que el volumen me ha gustado, y que seguramente me llevará a adentrarme en algunos otros libros de Sánchez-Ostiz, a corto, medio o largo plazo. De hecho, ha despertado mi curiosidad el conjunto de inquinas que le deparó la edición de su novela Las pirañas, por la que algunas gentes de Pamplona le juraron odio eterno y lo convirtieron en enemigo público número 1. El escritor, en parte para aislarse de esa corriente de odio, se instaló en una vieja casa desvencijada en la zona norte de Navarra, en el valle del Baztán. La casa se llamaba Gorritxenea (cuya traducción al castellano es, precisamente “La casa del rojo”) y en estas páginas nos cuenta cómo fue su vida durante esos años, en los que vivió estrecheces económicas (colaboraciones de prensa que escaseaban o eran mal pagadas; conferencias que lo requerían con cuentagotas), arreglos domésticos constantes (la casa amenazaba ruina cuando la adquirió), lecturas de todo tipo (de las que va dejando constancia inteligencia en sus entradas), etc.
Sánchez-Ostiz nos deja, además, sus reflexiones sobre el choque agrio entre la forma de pensar de los vascos radicales y quienes no piensan del mismo modo que ellos; sobre las componendas mezquinas que atraviesan y determinan el mundillo literario; sobre las amistades que se destruyen; sobre el amor y las difíciles relaciones familiares; sobre gastronomía y sentir de los pueblos... Es un libro donde jamás me he aburrido, aunque el autor hablase del clima, del paisaje de los alrededores, de los platos que había comido en una taberna, de sus paseos por el monte o de la época más adecuada para plantar un determinado tipo de árboles o flores. Su prosa es tan fluida, tan elegante, tan seductora, que incluso lo más banal queda teñido de hermosura.

Anoto, de paso, algunas de las frases que he subrayado en el volumen: “No me gusta la gente que cree demasiado en nada” (p.16). “La capacidad de disfrutar de las cosas es algo que exige un ejercicio, una actitud positiva” (p.21). “El temor no a dejar una obra inacabada, sino una vida inacabada” (p.45). “Es asombrosa la facilidad con la que el impertinente da en tonto del culo” (p.77). “Nada más peligroso que no querer pertenecer a tribu alguna, nada más peligroso que el ir por libre” (p.147). “Hay cosas que sólo pueden verse con la niebla” (p.439)

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