Resulta curioso que, después de haber leído media docena de
libros de Alejandro Casona durante mi época universitaria, luego me haya
distanciado tanto de sus obras: me gustaba lo suficiente como para encontrar
una justificación razonable a esta actitud de despego. Hoy la trato de enmendar
regresando a Nuestra Natacha, una
obra dramática llena de ilusiones y candor, que se inspira no poco en aquella
meritoria aventura educativa que recibió el nombre de Misiones Pedagógicas
durante la República. En ella descubrimos a Lalo, un eterno estudiante de
medicina que lleva catorce años cursando tal disciplina y que no ansía su
conclusión (“Si la suerte me ayuda un poco, no terminaré en otros catorce”),
porque considera que tal logro lo transformaría de estudiante joven en “animal
jurídico responsable”. Su idea más repetida es que hacer y vivir constituyen
los grandes objetivos que deben perseguirse (llega a espetar a sus compañeros
que “cuando os encontréis de lleno con la vida, veréis para qué os ha servido
tanto libro”). Y luego está la sin par Natacha, la soñadora, la aplicada y
flamante doctora en Ciencias Educativas, la chica amada en secreto por cuantos
la rodean, la niña que salió del reformatorio de las Damas Azules y que ahora
es invita formalmente a convertirse en la directora del centro.
Brota entonces el proyecto de implicar a todos sus amigos en
un experimento sociológico: convertir el reformatorio en un lugar moderno,
amistoso, eficaz, empático y libre, donde todos los integrantes se sientan
respetados y valorados. Es la utopía total que Natacha siempre ha acariciado en
su mente. Pero los problemas y las incomprensiones menudearán a su alrededor,
como zopilotes macabros: un conserje demasiado aficionado a la autoridad rancia
que emana de su uniforme; una marquesa que ejerce su mecenazgo desde el
clasismo, la desconfianza y la altanería; un señorito que viola y deja encinta
a una de las educandas… Natacha no lo tendrá nada fácil para lograr que su
sueño reformista cuaje entre aquellas paredes hostiles.
Aunque posiblemente resulte demasiado ingenua y maniquea en su concepción del mundo, Nuestra Natacha sigue siendo una pieza teatral agradable y hermosa, que reactiva nuestro idealismo y que nos muestra a un dramaturgo al que conviene visitar de vez en cuando.
2 comentarios:
Ocurre muchas veces, uno no sabe muy bien porque cuando te gusta un autor, con el paso de los años dejas de leerle o lo haces muy ocasionalmente. Qui lo sá?
A este entreno Natacha tengo que conocerla.
Besos 💋💋💋
Yo heredé de mi padre -en una juventud ya lejana- un delicioso librito que me ha acompañado siempre: "Flor de leyendas", supongo que lo conoces.
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