viernes, 11 de junio de 2021

Nuestra Natacha

 


Resulta curioso que, después de haber leído media docena de libros de Alejandro Casona durante mi época universitaria, luego me haya distanciado tanto de sus obras: me gustaba lo suficiente como para encontrar una justificación razonable a esta actitud de despego. Hoy la trato de enmendar regresando a Nuestra Natacha, una obra dramática llena de ilusiones y candor, que se inspira no poco en aquella meritoria aventura educativa que recibió el nombre de Misiones Pedagógicas durante la República. En ella descubrimos a Lalo, un eterno estudiante de medicina que lleva catorce años cursando tal disciplina y que no ansía su conclusión (“Si la suerte me ayuda un poco, no terminaré en otros catorce”), porque considera que tal logro lo transformaría de estudiante joven en “animal jurídico responsable”. Su idea más repetida es que hacer y vivir constituyen los grandes objetivos que deben perseguirse (llega a espetar a sus compañeros que “cuando os encontréis de lleno con la vida, veréis para qué os ha servido tanto libro”). Y luego está la sin par Natacha, la soñadora, la aplicada y flamante doctora en Ciencias Educativas, la chica amada en secreto por cuantos la rodean, la niña que salió del reformatorio de las Damas Azules y que ahora es invita formalmente a convertirse en la directora del centro.

Brota entonces el proyecto de implicar a todos sus amigos en un experimento sociológico: convertir el reformatorio en un lugar moderno, amistoso, eficaz, empático y libre, donde todos los integrantes se sientan respetados y valorados. Es la utopía total que Natacha siempre ha acariciado en su mente. Pero los problemas y las incomprensiones menudearán a su alrededor, como zopilotes macabros: un conserje demasiado aficionado a la autoridad rancia que emana de su uniforme; una marquesa que ejerce su mecenazgo desde el clasismo, la desconfianza y la altanería; un señorito que viola y deja encinta a una de las educandas… Natacha no lo tendrá nada fácil para lograr que su sueño reformista cuaje entre aquellas paredes hostiles.

Aunque posiblemente resulte demasiado ingenua y maniquea en su concepción del mundo, Nuestra Natacha sigue siendo una pieza teatral agradable y hermosa, que reactiva nuestro idealismo y que nos muestra a un dramaturgo al que conviene visitar de vez en cuando.

2 comentarios:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Ocurre muchas veces, uno no sabe muy bien porque cuando te gusta un autor, con el paso de los años dejas de leerle o lo haces muy ocasionalmente. Qui lo sá?
A este entreno Natacha tengo que conocerla.

Besos 💋💋💋

mariano sanz navarro dijo...

Yo heredé de mi padre -en una juventud ya lejana- un delicioso librito que me ha acompañado siempre: "Flor de leyendas", supongo que lo conoces.