lunes, 30 de julio de 2018

Moderato cantabile




Cierro el libro Moderato cantabile, de Marguerite Duras, que me traduce Paula Brines, y sé que estoy procediendo a una despedida. He intentado tres veces sumergirme en las novelas de la escritora francesa y me declaro vencido: no he logrado que me guste. Me ocurrió también con Faulkner, Kundera o Mishima. No es grave, no es preocupante, no significa nada. Tan sólo que son autores con los que no consigo conectar, que no me comunican o me conmueven. Ni la culpa es suya ni mía. Así lo entiendo yo.
Habla Duras en estas páginas de una mujer llamada Anne Desbaresdes, que lleva a su hijo a clases de piano con madame Giraud. El chico, torpe o indolente, se limita a repetir una y otra vez la sonatina de Diabelli, sin demostrar entusiasmo o aprendizaje. Y un día se produce cerca de allí un acontecimiento brutal: una mujer es asesinada por un hombre en un café.
A partir de entonces, la aburrida Anne volverá día tras día al café, donde toma vino con un hombre llamado Chauvin, al que interroga por lo que ha pasado. Parece que está muy interesada en el destino de la mujer fallecida; o planea un final parecido al suyo (la asesinada pidió a su amante que la matara de un tiro en el corazón); o quién sabe qué. Chauvin y ella beben y se comunican con frases breves, elusivas, orientales, en las que no consigo penetrar para hacerme una idea de lo que está ocurriendo. Tampoco he logrado comprender bien la finalización del relato.
Insisto: puede que yo sea demasiado obtuso para entender la escritura lírica o neblinosa de Marguerite Duras (nacida con el nombre de Marguerite Germaine Marie Donnadieu, cerca de Saigón). No lo descarto. Pero, sea como fuere, lo que me parece normal es que no siga insistiendo con ella.

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