viernes, 27 de julio de 2018

Los asesinos entre nosotros




Un nazi (el Rottenführer Merz) se lo dijo a Simon Wiesenthal cuando éste le indicó que alguna vez contaría los horrores del genocidio: “No le creerían. Dirían que usted se había vuelto loco y hasta quizá le encerraran en un manicomio. ¿Cómo podría nadie creer seme­jante horror sin haber pasado por él?”. La frase, con la que se cierra este volumen, es tan exacta como aterradora. Porque de eso se trata, precisamente, en este libro. De escuchar y leer sobre lo imposible, para comprender que el ser humano es capaz de atrocidades como ésta. De acudir a otros libros, a actas judiciales, a fotografías, a miles de otros documentos, para darnos cuenta de que lo infernal fue terrenal durante aquellos años.
Los asesinos entre nosotros supone el trabajo de localización que durante muchos años desarrolló este arquitecto austrohúngaro, antiguo prisionero del campo de exterminio de Mauthausen, para poner ante la justicia a los criminales nazis que se encontraban cómodamente instalados en numerosos países, donde sus actividades genocidas eran ignoradas o se consideraban prescritas. En estas páginas. En vano lucharán los negacionistas para desmentir la verdad de las fotos, de los brazos tatuados, de las amputaciones y los experimentos genéticos, de las cremaciones, del horror.
Ni una sola de las atrocidades de este libro admite ni merece resumen. Hay que acudir a las descripciones pormenorizadas de Wiesenthal y sus informantes. Por justicia. Para evitar que caiga en el olvido aquella monstruosidad. Para que el humo de los hornos se convierta en testimonio. Para que la sangre vertida no se borre nunca.
Leí esta obra hace veinticinco años y, releyéndola, he experimentado la misma conmoción, la misma sacudida emocional. Los nombres de Ana Frank, Adolf Eichmann u Odessa salpican estas páginas y nos mantienen vivo (y así debe continuar) el recuerdo de aquella época. Ahora son palabras, pero fueron en aquellos años lágrimas, y humillaciones, y asesinatos, y gases venenosos, y familias destruidas, e hijos exterminados ante sus padres. Y hubieran sido, sin la intervención de Wiesenthal y otras personas como él, años impunes.
Esto no es un libro: es memoria indeleble.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Cierto, la frase me ha puesto los pelos de punta 😖

Besitos 💋💋💋