Sólo hace
falta mirar unos instantes a nuestro alrededor para comprender que el mundo en
el que vivimos está infestado de agresiones al clima, devastación de los
recursos naturales, injusticias, inquietudes y miles de motivos para la
congoja. Pero cometeríamos un error si nos amparásemos en ese panorama terrible
para justificar nuestra parálisis, nuestra decepción, nuestro inmovilismo.
Inquieta por esta posibilidad, la ensayista Rebecca Solnit nos muestra en este
libro un enérgico manifiesto por la esperanza, que consiste según ella en
“abrazar lo desconocido y lo incognoscible, una alternativa a la certeza tanto
de los optimistas como de los pesimistas”. No se trata de mirar y lamentar; no
se trata de mirar e ignorar; no se trata de mirar y confiar. Se trata de
implicarse en un cambio activo, por pequeño que resulte. Ningún problema es
solventado si no nos enfrentamos con él con determinación, con constancia, con
ilusiones. En ese sentido, nos explica que no debemos concebir la esperanza
como un billete de lotería (algo pasivo, en suma), sino como un hacha para
derribar puertas,
Desde el poder y sus adláteres se nos pregona machaconamente
que los movimientos de protesta, las manifestaciones o los gestos simbólicos no
sirven para nada, pero Rebecca Solnit discrepa con esa explicación interesada y
manipuladora (“Aquellos que pongan en duda la importancia de estos momentos
deberían observar lo aterrorizadas que se sienten las autoridades y las élites
cuando estallan”). Resignarse es un modo de contribuir al triunfo del desastre,
y por eso son tan importantes y tan necesarias las indicaciones de la pensadora
y activista estadounidense, partidaria de ese “hacer camino al andar”, que
propusiera Antonio Machado.
En esta obra nos presenta la crónica de varias pequeñas
batallas imprescindibles, de diminutas rebeliones que cambiaron cosas y que
conviene tener muy presentes, “porque las derrotas y los desastres ya están
suficientemente documentados”: grupos que evitaron vertidos tóxicos, que
lograron cambiar leyes estatales, que coordinaron labores solidarias después
del 11-S o del huracán Katrina, etc. En esos momentos críticos, en esos puntos
de inflexión de la cotidianeidad hay que estar convencidos de que “los muros
pueden justificar que estemos bloqueados; las puertas exigen paso”, lo que nos
servirá como acicate y como impulso. Rendirse no es una opción cuando nos estamos
jugando el porvenir de nuestros hijos, así que conviene limpiar nuestro corazón
de fatigas, perezas o mentiras piadosas. El trayecto será difícil y apenas nos
mostrará cambios infinitesimales, pero merece la pena. “El activismo (dice
Solnit en la página 98 del volumen) no es un viaje a la tienda de la esquina,
es una zambullida en lo desconocido. El futuro siempre está oscuro”. Los
mecanismos de construcción de un nuevo horizonte han de combinar energía e
imaginación, así como estar bien empapados de tenacidad, porque los mecanismos
disuasorios que tratarán de desmoralizarnos son tan fuertes como evidentes. Y
la respuesta final es “no”: no lograremos el triunfo absoluto. Nunca. Ha pasado
el tiempo de las grandes revoluciones utópicas, que preconizaban un mundo
idílico carente de chirridos, fricciones y manchas. Aspirar al “todo o nada” es
tan absurdo como contraproducente, porque usando la vara de medir de la
perfección todo se antoja corto o desilusionante. La ensayista de Bridgeport
nos lo deja claro en un párrafo magnífico: “Esto es la tierra. Nunca será el
cielo. Siempre habrá crueldad, siempre habrá violencia, siempre habrá
destrucción. Ahora mismo se está produciendo una tremenda devastación. En el
tiempo que se tarda en leer este libro desaparecerán acres de selva tropical,
se extinguirá una especie, gente será violada, asesinada, despojada o morirá
por causas fácilmente prevenibles. No podemos eliminar para siempre toda la
devastación, pero podemos reducirla, prohibirla, reducir sus causas y socavar
sus bases: esto son victorias. Un mundo mejor, sí; un mundo perfecto, jamás”.
Ha llegado el momento de tomar partido.
1 comentario:
Muy buena reseña. Voy a comprar el libro, porque estoy de acuerdo con la tesis que expone. Al principio pensé "parece autoayuda", pero a las tres líneas ves que no, que va en serio. De nuevo gracias, Rubén.
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