Termino, fatigado de sintagmas tediosos, el volumen Soliloquios, del que es autor Agustín de
Hipona, y que ha sido traducido del idioma latino por Pedro de Ribadeneyra
(Atlas, Madrid, 1944). Yo creía que este hombre era mucho más “literario”, pero
me he encontrado con una prosa dubitativa, de avance lento, espiral,
reiterativa y geminada, donde todo se repite una y mil veces, con terquedad
incomprensible. Es como si el santo tuviese tres o cuatro conceptos claros, y
los fuera repitiendo cíclicamente, con voluntad de hacerlos grabar en la
memoria o en la fe del que leyere. Infantil procedimiento. Produce enojo, sobre
todo, porque tiene uno la sensación de no avanzar, de ir siempre dando vueltas
alrededor de lo mismo, distintamente dicho. Una pesadez.
Hay, claro, reflexiones interesantes; y juicios que, de manera
aislada, llaman mucho la atención. Por ejemplo, cuando en el capítulo XXI
afirma que si Dios ha dado tanta belleza y primores a un mundo donde viven los
buenos y los malos, ¿qué no tendrá reservado para el Cielo, donde sólo
habitarán los buenos? Ingenuo, pero delicioso.
“El que ama al mundo, se hace enemigo de Dios”. “No es posible
tener contentos en esta vida y en la otra, ni gozar aquí y allá”. “Yo no sé lo
que Vos tenéis escrito de mí en vuestro libro”. “Cuando hacemos bien, los
ángeles se alegran y los demonios se entristecen”. “No hay hombre vivo sobre la
tierra que esté seguro”.
2 comentarios:
Lo teníamos en casa de una de mis tías (antes había sido monja) y me llamaba la atención el título (entonces yo tenía unos 8 0 10 años)y me lo llevé a casa, sin permiso, si, como suena, un robo en toda regla...obviamente no entendí nada, así que mi tía cuando se enteró de mi hurto me dijo que lo leeríamos juntas cuando fuera algo máyor. Y así fue. Guardo un gran recuerdo del libro.
Un besito.
Ya sabes que la teología consiste en repetir la misma cosa una y mil veces hasta que se da por buena de puro aburrimiento. El de Hipona era un maestro en la cuestión.
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