Después de haber visto no pocas de sus películas y de haber
devorado con gran admiración sus memorias, me acerco hasta el teatro escrito
por el actor Fernando Fernán-Gómez, y doy con Las bicicletas son para el verano, una pieza que me ha resultado tan
hermosa como espeluznante. No sé por qué (ignoro si se tratará de conmiseración
o de morbo malsano), pero me gusta leer ficciones ambientadas en la guerra
civil española de 1936; o en la inmediata y dura postguerra. Todas las imágenes
que me contaba mi abuela se unen a los vagos recuerdos de mis padres, a la
lectura de San Camilo, 1936, a la de La larga marcha, y a tantos otros
artículos y relatos que, a lo largo del tiempo, me han ido informando sobre
aquel tiempo amargo, lleno de claudicaciones, bajezas y renuncias.
Fernán-Gómez ha sabido comunicar muy bien todo este cúmulo de
insanias, y con ello ha producido una hermosa pieza literaria. Dos momentos
destacaré de la obra. El primero, cuando una mujer niega a su hija la
posibilidad de salir a la calle para recoger pan, pues piensa que puede
peligrar su existencia, añadiendo luego a la criada: “Asómate tú, Josefa”. A
ella da igual que la frían a balazos, o que la masacren con una bomba: crueldad
de madre, tal vez impensada. El segundo momento, es cuando don Luis pronuncia
una frase tan repetida después (yo la leí varias veces en libros de Francisco
Umbral) como perturbadora: “No ha llegado la paz, Luisito: ha llegado la victoria”.
Gran y monstruosa verdad.
1 comentario:
Yo vi la película primero y luego leí la novela, ambas me gustaron y no sentí que la segunda desmereciera la primera...es que Agustín González era un crack.
Besitos 💋💋💋
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