Leo la breve pero exquisita biografía que Giorgio Vasari
compuso sobre uno de los grandes pintores y arquitectos de su tiempo (Vida
de Rafael de Urbino), que edita el
sello Cátedra en su colección Cuadernos Arte. La traducción corre a cargo de
María Teresa Méndez Baiges y Juan Montijano García.
Delicado, respetuoso y admirativo, Vasari nos va mostrando a
través de sus palabras los primores que el pintor fue disponiendo con sus
colores y con sus perspectivas. Y lo hace con un texto cuyo arranque no me
resisto a copiar aquí, por lo que tiene de admirable: “Cuán generoso y benigno
se muestra a veces el cielo depositando o, mejor dicho, reponiendo y acumulando
en una única persona las infinitas riquezas de sus grandes gracias y tesoros, y
todos esos raros dones que por mucho tiempo solía repartir entre varios
individuos pudieron verse en el no menos ilustre que dotado de gracia Rafael
Sanzio de Urbino”. ¿Se puede esmaltar elogio más bien trenzado ni apreciación
más justa? Añade más adelante el comentarista que en Rafael “resplandecían
brillantemente todas las egregias virtudes del espíritu”, que sus padres lo
criaron “con lo único que poseían: las mejores costumbres posibles” y que la
naturaleza hizo el resto, otorgándole “el don de representar los rostros con un
aspecto dulce y lleno de gracia”.
Y aunque en la página 65 Vasari se atribuye una modestia
impotente para dar cuenta de todo el esplendor que Rafael fue capaz de obtener
con sus pinceles (“No es posible realmente contar con todo detalle los hermosos
recursos que empleó este ingenioso artista”), lo cierto es que casi todo el
volumen constituye un encantador paseo descriptivo por obras de Rafael, las
cuales pueden verse, bellamente retratadas, en el tomo. Ir leyendo a Vasari e
ir contemplando la elegante majestad sobrehumana de las figuras rafaelescas.
¿Se le puede pedir más a una biografía de este tipo?
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