domingo, 8 de octubre de 2017

La vida es sueño



Miguel de Unamuno le dedicó hace décadas a Pedro Calderón de la Barca algunos denuestos tan marmóreos (inflador de gaita, gongorino echado a perder, etc) que sólo existe una forma serena de desmentirlos intelectualmente: leer piezas como La vida es sueño. Porque sí, es cierto que su expresión a veces peca de complicada y que su contenido filosófico roza lo abstruso; pero no es menos verdad que el dramaturgo madrileño compensa esas dificultades (más aparatosas que insalvables) con una dicción prodigiosa, una música exquisita del verso y unas figuras literarias que llenan de luz sus páginas de principio a fin.
El argumento de la obra es tan conocido que se puede reducir a unas pocas líneas: el rey Basilio de Polonia, después de haber tenido un heredero (Segismundo) y haber sido informado sobre las futuras monstruosidades que éste cometerá, lo recluye durante años en una mazmorra, sin que le sea revelada su condición de príncipe. Años después y convertido en un mozo educado por Clotaldo, el rey decide someterlo a una prueba: lo adormecen con opio y beleño y es conducido a la corte, donde se le hace saber que es el legítimo heredero de la corona. Su reacción es de lo más inesperada: embriagado por la adquisición de este súbito poder, se muestra altanero con los demás nobles, desdeñoso con sus sirvientes (arroja a uno por el balcón cuando le hace observaciones muy juiciosas, pero que a él se le antojan inadmisibles: “Nada me parece justo / en siendo contra mi gusto”) y soez y libidinoso con Estrella, su prima. Horrorizado por esos desmanes, Basilio ordena que vuelvan a sedarlo y que lo depositen otra vez en su celda, donde Segismundo despierta confuso y triste: ha llegado a la conclusión de que la vida es un sueño, y que él ha soñado todo lo anterior.

El resto (es decir, la manera en que Calderón resuelve la trama) es mucho más banal, porque se construye con tópicos sensibleros y conservadores bastante previsibles. Pero el núcleo de la confusión y los juegos que propone o sugiere son tan brillantes, están tan impregnados de posibilidades (psicológicas, líricas, etc), que no se puede sino ponerse en pie y seguir considerando a Calderón uno de los autores imprescindibles de nuestro teatro.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Y de nuevo tú y yo tenemos la misma edición...jajajaja. Me encanta esta obra de Calderón, pero muuuuucho; yo ya estaba en Teatro cuando en el Insti nos hicieron leerla y adivina quien se presentó voluntaria para leer en voz alta y además hacer d Segismundo...¡Premio! jajajajaja.
No se si conoces a Jesús Torres, actor del Aedo Teatro, pero es un duendecillo maravilloso que representa una adaptación de la obra con el nombre del Bululú, pues si puedes verlo algún día te lo aconsejo enfervorizadamente, es una maravilla ¿Se nota que es un buen amigo? jajaja.

Besitos, Teacher!