Miguel de
Unamuno le dedicó hace décadas a Pedro Calderón de la Barca algunos denuestos
tan marmóreos (inflador de gaita, gongorino echado a perder, etc) que sólo
existe una forma serena de desmentirlos intelectualmente: leer piezas como La vida es sueño. Porque sí, es cierto
que su expresión a veces peca de complicada y que su contenido filosófico roza
lo abstruso; pero no es menos verdad que el dramaturgo madrileño compensa esas
dificultades (más aparatosas que insalvables) con una dicción prodigiosa, una
música exquisita del verso y unas figuras literarias que llenan de luz sus
páginas de principio a fin.
El
argumento de la obra es tan conocido que se puede reducir a unas pocas líneas:
el rey Basilio de Polonia, después de haber tenido un heredero (Segismundo) y
haber sido informado sobre las futuras monstruosidades que éste cometerá, lo
recluye durante años en una mazmorra, sin que le sea revelada su condición de
príncipe. Años después y convertido en un mozo educado por Clotaldo, el rey
decide someterlo a una prueba: lo adormecen con opio y beleño y es conducido a
la corte, donde se le hace saber que es el legítimo heredero de la corona. Su
reacción es de lo más inesperada: embriagado por la adquisición de este súbito
poder, se muestra altanero con los demás nobles, desdeñoso con sus sirvientes
(arroja a uno por el balcón cuando le hace observaciones muy juiciosas, pero
que a él se le antojan inadmisibles: “Nada me parece justo / en siendo contra
mi gusto”) y soez y libidinoso con Estrella, su prima. Horrorizado por esos
desmanes, Basilio ordena que vuelvan a sedarlo y que lo depositen otra vez en
su celda, donde Segismundo despierta confuso y triste: ha llegado a la
conclusión de que la vida es un sueño, y que él ha soñado todo lo anterior.
El resto
(es decir, la manera en que Calderón resuelve la trama) es mucho más banal,
porque se construye con tópicos sensibleros y conservadores bastante
previsibles. Pero el núcleo de la confusión y los juegos que propone o sugiere
son tan brillantes, están tan impregnados de posibilidades (psicológicas, líricas, etc), que no se puede sino
ponerse en pie y seguir considerando a Calderón uno de los autores
imprescindibles de nuestro teatro.
1 comentario:
Y de nuevo tú y yo tenemos la misma edición...jajajaja. Me encanta esta obra de Calderón, pero muuuuucho; yo ya estaba en Teatro cuando en el Insti nos hicieron leerla y adivina quien se presentó voluntaria para leer en voz alta y además hacer d Segismundo...¡Premio! jajajajaja.
No se si conoces a Jesús Torres, actor del Aedo Teatro, pero es un duendecillo maravilloso que representa una adaptación de la obra con el nombre del Bululú, pues si puedes verlo algún día te lo aconsejo enfervorizadamente, es una maravilla ¿Se nota que es un buen amigo? jajaja.
Besitos, Teacher!
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