Me doy un paseo por el interesante, aunque breve
(ay), Epistolario completo Ortega-Unamuno,
en la edición de Laureano Robles. Y es un auténtico placer para la inteligencia
descubrir las charlas, las conexiones, las afinidades y, también, las
discrepancias respetuosas que mantuvieron estos dos titanes del pensamiento
español del siglo XX.
En este fértil diálogo escrito que mantuvieron (y
que desarrolla entre los años 1904 y 1917) nos es dado conocer el espíritu de
ambos. Así, Miguel de Unamuno no temerá acudir a sentencias marmóreas,
existenciales (“No quepo en ninguna parte, ni en mí mismo”), ni tendrá
problemas en reconocer la condición a veces atrabiliaria o subjetiva de sus
ideas (“No puedo probarme lógicamente”), ni su necesidad de sentirse rodeado
por sus seres queridos (“Cuando salgo de casa, cuando dejo el hogar [...] me
muero de frío”). Y don José Ortega y Gasset (que firma sus envíos al bilbaíno
como “Pepe Ortega”) se pliega a consignar con dolor que la ingratitud es un
hecho que lo circunda (“Habiendo hecho no pocos favores en esta vida a otros
bípedos, no tengo un solo amigo”).
Estas misivas, datadas en lugares tan distintos
como Bilbao, Salamanca, Madrid o Marburgo están salpicadas de alusiones
interesantísimas a Joaquín Costa, Kant, Menéndez Pelayo, Carner, Goethe,
Diderot, Homero, Platón o Nietzsche, del que Ortega y Gasset llega a decirle a
su colega que “lo lea para huir de él. Las cosas de Nietzsche, que son todo
menos profundas, son cosas sin dueño que flotan en la superficie de las aguas
modernas y sin querer nos tropezamos con ellas”.
Un volumen encantador, enriquecedor y utilísimo
para adentrarse por los pasillos interiores de dos mentes preclaras (paradójica
una, metódica la otra) de nuestro panorama intelectual.
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