En una entrevista que el premio Nobel Camilo José
Cela concedió a Joaquín Soler Serrano a mediados de los 70 afirmó el gallego
que todos los seres humanos somos poliedros y que, según incida la luz sobre
una cara o sobre una arista, distinto será el haz que resulte. Otro premio
Nobel, el sudafricano J. M. Coetzee, ofrece una adaptación novelística de esta
tesis en su obra Diario de un mal año,
que traduce Jordi Fibla para la editorial Mondadori. En ella (y con un original
formato tipográfico, que divide en varias partes cada hoja del libro) se nos
ofrece un universo narrativo de extraordinario interés: en primer lugar,
cincuenta y cinco apuntes donde Coetzee (disfrazado con la piel ensayística de
un ficcional “señor C”) emite sus temblorosas o firmes opiniones sobre los
temas más variopintos: Al-Qaeda, los orígenes del Estado, la firmeza narrativa
de Tolstoi, la pedofilia, los sueños, la democracia, el turismo o la música de
Johann Sebastian Bach; y en segundo lugar tenemos una suave trama fabulística,
que se funde con la anterior: la de un novelista de éxito, el señor C, que
contrata a una hermosa filipina llamada Anya (a la que conoce porque vive en su
mismo edificio) con el objeto de que mecanografíe el contenido de las cintas
magnetofónicas que él va grabando en la soledad de su casa, para un libro
colectivo que se publicará en idioma alemán. La chica, desde el momento en que
la vio, le provoca una atracción que oscila entre lo platónico, lo sensual y lo
pigmaliónico; y este hecho irrita al compañero de Anya, el impetuoso Alan,
quien urdirá una estafa para aprovecharse de los tres millones de dólares que
el famoso escritor tiene ahorrados.
Ambas partes narrativas (que, como indicaba antes,
se van combinando en cada página, separadas por finas líneas negras) se pueden
leer como entidades independientes, y no serán pocos los lectores que opten,
legítimamente, por esa modalidad de aproximación al texto. Pero creo que una
lectura donde se mezclen los dos cuerpos de la fábula (ensayo/novela;
intelecto/sentimiento) aporta un nuevo sentido a las líneas, mucho más
proteico, más rico, casi cuántico.
Llama la atención en este libro (pues más que
“novela” es un “libro”, al modo en que los deseaba Miguel Espinosa) la forma en
que Coetzee juega con los planos y las voces narrativas, mezclando miradas
cálidas y miradas analíticas, y desdoblándose con inteligente esfuerzo en
varios personajes, con distinto grado de extrañamiento: el señor C, Anya e
incluso Alan. La mezcla de todos ellos entrega en las manos de los lectores una
pieza maestra llamada Diario de un mal
año, donde las reflexiones sobre el mundo y sobre la interioridad del ser
humano alcanzan niveles de altísimo interés. Un libro sin duda memorable.
1 comentario:
Este hombre, desde mi punto de vista, solo tenía aristas.
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