El escultor de biografías suele verse tentado por
el demonio de la exhaustividad. Es decir, por la acumulación de matices,
fechas, testimonios y documentos que, lejos de esclarecer la figura estudiada,
la enturbia a menudo con el fango de la fruslería o con la losa marmórea del
rigor. Refractario a esa dinámica, el lúcido Marcel Schwob (nacido en Chaville
en 1867 y fallecido en París en 1905) se propuso frecuentar otros caminos menos
convencionales. Por ejemplo, el de la selección: escoger qué episodios, qué
pliegues, qué anécdotas revelan la auténtica dimensión del personaje, con más
exactitud que el mero acopio de pormenores. “El arte del biógrafo” (nos dice en
la página 25 del Prefacio) “consiste, precisamente, en la elección. No ha de
preocuparse de ser verosímil; debe crear un caos de rasgos humanos”. Y
ciñéndose a ese dictamen paradójico concluye que, por tanto, la gran tarea
consiste en “contar con el mismo cuidado las existencias únicas de los hombres, hayan sido divinos, mediocres o criminales”.
Y así lo lleva a la práctica en este volumen que, editado originalmente en
1896, traduce ahora Antonio Álvarez de la Rosa para Alianza Editorial.
En él se alinean veintitrés pestañas biográficas de
personas reales o ficticias (no importa esa distinción cuando se está nadando
en el océano de sus letras), en las que el narrador francés nos lleva de la
mano a través de siglos y continentes para situarnos ante seres especiales
enfocados, también, de forma especial. Un Empédocles majestuoso, divino y
exonerado de las servidumbres del sueño, al que se pierde la pista en el borde
del volcán Etna; un Crates que elige los postulados de la indigencia y que
junto a su amada Hiparquía frecuenta la vida paupérrima de los animales; un
Petronio que, molturado por la extravagancia y la molicie, invierte el final de
su vida en recorrer el mundo con su esclavo Siro; un Cecco Angiolieri rencoroso
y petulante, que se impone como tarea intelectual la execración de Dante; un
Cyril Tourneur cuyo espíritu soberbio y cuya feroz iconoclastia lo llevaron a
poseer a su propia hija sobre la lápida de una tumba; un Stede Bonnet que se
abalanzó hacia un quijotismo filibustero y cuya exaltación fue moderada por los
jueces con una sentencia ejemplar...
Vidas reales o inventadas (¿qué importa?) en las
que el autor nos sorprende con un asombroso número de fulgores estilísticos y,
sobre todo, con la adopción de un enfoque original, único, asombroso, para cada
trazo biográfico, que pule con la eficacia cristalina con la que Baruch Spinoza
trataba sus lentes. Marcel Schwob se erige aquí en un maestro y en un clásico,
en un orfebre y en un dios de la narrativa. Es el volumen idóneo para
comprobarlo.
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