Colette es uno de esos nombres que, desde siempre,
han estado flotando a mi alrededor en la biblioteca familiar, pero que jamás
había convertido en lectura. Y eso que uno de los volúmenes, que estaba a la
altura de mis ojos, llevaba por título La
ingenua libertina. Quizá por eso cogí enérgicamente este ejemplar de Gigi y me propuse comprobar qué había en
su interior. Lo había traducido José María Solé para el sello capitalino
Veintisiete Letras y lleva en la portada una conocida imagen de Lillian Gish.
Durante los dos primeros tercios de la novela lo
único que pude encontrar allí fue atmósfera: una sucesión de escenas frívolas y
mundanas, con personajes de gran superficialidad y ausencia de argumento. La
adolescente Gilberte (Gigi) es educada por su abuela y ambas reciben las
visitas de Gaston Lachaille, un joven millonario con fama de libertino. Por
otro lado está la tía Alicia, quien instruye a Gigi en los usos refinados de la
sociedad (forma de comer, de moverse, de vestir, de comportarse con los hombres,
de elegir joyas), con el objetivo de obtener un buen marido. Se habla de
coches. Se habla de fiestas. Se habla de revistas que se dedican al
amarillismo. Se habla de jaquecas. Todo está como envuelto en gasas, tules,
perlas y champán.
Pero de pronto Gaston comienza a mirar con otros
ojos a la espigada Gigi, que se acerca a los dieciséis maravillosos años, y
sugiere a la abuela la idea de casarse con la muchacha, provocando en ésta una
respuesta insólita, que nadie terminará de entender del todo, y que perturba la
calma sedante de la familia.
¿Me ha gustado la obra? No sabría pronunciarme de
un modo definitivo. Dicen que Colette (cuyo nombre completo era
Sidonie-Gabrielle Colette) retrata de forma magistral el mundo de la alta
sociedad de entresiglos, y no seré yo quien lo niegue. Pero lo que sí tengo
claro es que contemplar en las páginas ese mundo no me ha producido una
especial curiosidad por él. Me he mantenido ajeno a su aparente fulgor, a su
magia... o a su roña. Me ha resultado indiferente. Entiendo que el estilo de
Colette es aquí delicioso (no lo discutiré), pero su temática me ha dejado
absolutamente frío. Quizá pruebe con otra de sus obras. No lo sé.
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