A finales del año 2008 cayó en mis manos una novela
que se titulaba La sangre de los
crucificados. No conocía de nada a su autor (el vizcaíno Félix G. Modroño),
así que tuve que enfrentarme a ella sin más referencias que lo escrito en sus
páginas. Pero muy pronto su lenguaje, el ritmo de la narración y la gran
elegancia de su estructura me convencieron de que me encontraba ante un libro
notable. Al año siguiente, el autor lanzaba a las mesas de novedades otra de
sus producciones, Muerte dulce, que
volvía a estar protagonizada por don Fernando de Zúñiga, médico e investigador
salmantino del siglo XVII; y de nuevo sentí el impacto de una obra hermosa y memorable.
Así que cuando en el año 2012 se dejó caer con La ciudad de los ojos grises (ambientada en la zona de Bilbao y
donde pulsaba resortes más melancólicos e intimistas), no tuve reparos en
terminar mi reseña con estas palabras: “Tenemos novelista para rato, créanme”.
Ahora, la concesión del XLVI Premio de novela
Ateneo de Sevilla a su obra Secretos del
Arenal parece confirmar mi juicio. En sus páginas hallamos dos historias en
principio distintas, pero que terminarán confluyendo de un modo ingenioso y
bien pautado. La primera nos sitúa en la Sevilla de 1941, en la que el joven periodista
Martín Villalpando se enamora de una muchacha de fascinantes ojos verdes,
llamada Olalla Carmona, de una buena familia que ha sido destrozada por la
guerra civil. Justo en esos momentos, Francisco Franco se ha desplazado a la
capital hispalense para entrevistarse con el dirigente luso Oliveira Salazar. Y
brota un rumor de fondo que empapa toda la secuencia: se está organizando un
atentado para acabar con la vida del dictador. La segunda de las historias nos
coloca a finales del siglo XX, en el norte de España, donde la joven fotógrafa
Silvia Santander, hijo de un importante empresario vinícola y hermana de una
chica asesinada cruelmente, conoce a Mateo Uriarte en una cata celebrada en 1995. A partir de entonces
comenzarán a vivir una singular aventura de alto voltaje sexual, que se
prolongará diecisiete años después por una vía insospechadamente misteriosa y
relacionada con el mundo del correo electrónico.
Las dos historias tienen entidad narrativa
independiente, y casi podrían haber constituido dos novelas aisladas, pero un
elegante giro de muñeca de Félix G. Modroño las hace confluir y mezclarse ante
los ojos de los lectores, que se van dando cuenta poco a poco de los nexos que
las vinculan, y de las simetrías que mantienen: dos mujeres infamadas y heridas
en lo más hondo; dos venganzas largamente meditadas y ejecutadas bajo un
disfraz; dos historias de amor que sufren erosiones externas; dos ciudades que
quedan unidas por la magia novelesca del autor.
Pero que no teman los lectores menos avezados:
Félix G. Modroño no plantea en ningún momento experimentos narrativos de
complicada textura a la hora de construir su ficción. Por el contrario, lo que
hace es desarrollar ambas fabulaciones de forma alterna y dejar que vayamos
poco a poco advirtiendo sus vínculos, hasta que en las páginas últimas nos
revela los matices finales de la trama, de forma tan elegante como sobria.
Estamos, pues, ante la posible consagración del
escritor vizcaíno, que con la concesión del premio Ateneo de Sevilla dispondrá
de mucho más crédito entre los críticos y los lectores, lo que servirá para que
todos ellos comprendan que este novelista no es flor de un día, ni autor de una
sola obra de éxito casual, sino que es un narrador solvente, aquilatado y
firme, que ha venido al mundo de la literatura española para quedarse.
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Más información en: www.felixmodrono.com
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